Hoy que la Argentina, laboratorio de políticas económicas exóticas, inaugura un nuevo experimento monetario (el CEDIN, condenado a alimentar la literatura periodística y académica), es un buen momento para releer el capítulo 6 de La Resurrección (recientemente reeditado por Eudeba) donde discurríamos precisamente sobre los remedios exóticos debatidos al calor de la crisis de 2001/2002, que comienza así.
Tal vez por eso de que problemas extremos justifican soluciones extremas, los países en desarrollo han despertado entre los economistas una creatividad que en economías desarrolladas pasarían por expresiones minoritarias o risueñas –o peor, peligrosamente radicales-. Pensadores de economías avanzadas se desquitan de tanta desarrollada monotonía despachándose con soluciones innovadoras –y nunca antes ensayadas– para eliminar las corridas cambiarias, incrementar los ingresos fiscales o inmunizar al subdesarrollado sistema financiero.
Algunas de estas propuestas, no pasan de ser una fugaz nota de color de la sección económica de los diarios. Otras, más fundamentadas –o elaboradas por profesionales más notorios– generan debates de largo aliento y hasta pueden llegar a ser puestas en práctica. Ejemplos salientes de este tipo son la reconversión del sistema previsional estatal a uno de fondos de pensión, suscripta por las mayores economías latinoamericanas pero ignorada o rechazada por las economías industriales donde el déficit del sistema suele ser mayor, o la Convertibilidad que, gracias a la efímera celebridad de la versión argentina, fue emulada por, al menos, tres países del este europeo: Bulgaria, Lituania y Letonia.
Previsiblemente, la oferta de soluciones fundacionales se incrementa en momentos de desesperación, cuando la sensación de fin de época lleva a muchos, ante el inevitable fin de las instituciones económicas y políticas tal como las conocemos, a avanzar en el diseño de las nuevas instituciones que, va de suyo, deberán ser no sólo más resistentes sino radicalmente distintas.
Así, a principios de 2002, cuando se presagiaba la desaparición del peso y del sistema bancario doméstico, viejas y nuevas ideas se sumaron a la discusión poscrisis, la mayoría de ellas unidas por un denominador común: la casi total ausencia de precedentes o referencias en la historia económica mundial. Afortunadamente, ni el peso ni los bancos desaparecieron, y esta tendencia a la experimentación no se materializó en la práctica. Sin embargo, no está de más repasar brevemente los detalles y fundamentos (las verdades y mitos) detrás de algunos de estos mini-planes para caracterizar el debate económico en momentos en los que el país se debatía contra los efectos de la crisis de 2001.
Tal vez por eso de que problemas extremos justifican soluciones extremas, los países en desarrollo han despertado entre los economistas una creatividad que en economías desarrolladas pasarían por expresiones minoritarias o risueñas –o peor, peligrosamente radicales-. Pensadores de economías avanzadas se desquitan de tanta desarrollada monotonía despachándose con soluciones innovadoras –y nunca antes ensayadas– para eliminar las corridas cambiarias, incrementar los ingresos fiscales o inmunizar al subdesarrollado sistema financiero.
Algunas de estas propuestas, no pasan de ser una fugaz nota de color de la sección económica de los diarios. Otras, más fundamentadas –o elaboradas por profesionales más notorios– generan debates de largo aliento y hasta pueden llegar a ser puestas en práctica. Ejemplos salientes de este tipo son la reconversión del sistema previsional estatal a uno de fondos de pensión, suscripta por las mayores economías latinoamericanas pero ignorada o rechazada por las economías industriales donde el déficit del sistema suele ser mayor, o la Convertibilidad que, gracias a la efímera celebridad de la versión argentina, fue emulada por, al menos, tres países del este europeo: Bulgaria, Lituania y Letonia.
Previsiblemente, la oferta de soluciones fundacionales se incrementa en momentos de desesperación, cuando la sensación de fin de época lleva a muchos, ante el inevitable fin de las instituciones económicas y políticas tal como las conocemos, a avanzar en el diseño de las nuevas instituciones que, va de suyo, deberán ser no sólo más resistentes sino radicalmente distintas.
Así, a principios de 2002, cuando se presagiaba la desaparición del peso y del sistema bancario doméstico, viejas y nuevas ideas se sumaron a la discusión poscrisis, la mayoría de ellas unidas por un denominador común: la casi total ausencia de precedentes o referencias en la historia económica mundial. Afortunadamente, ni el peso ni los bancos desaparecieron, y esta tendencia a la experimentación no se materializó en la práctica. Sin embargo, no está de más repasar brevemente los detalles y fundamentos (las verdades y mitos) detrás de algunos de estos mini-planes para caracterizar el debate económico en momentos en los que el país se debatía contra los efectos de la crisis de 2001.
El peso ya hubiese desaparecido hace rato si no fuera porque 40 millones de estúpidos son obligados a utilizarlo como moneda transaccional. La realidad es que ni los responsables de su emisión y de decretar la obligatoriedad de su uso ahorran en pesos.
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