Audio del último programa, acá y acá.
Diego Genoud sobre Lanata y Massa y Martín Becerra sobre la audiencia ante la Corte sobre la ley de medios. Abrimos con Suetonio y un clip de Marina Bugallo y cerramos con Karina Galperín y su Whitman porteño.
Playlist: Miyake, Lenine, Arto Lindsay, Dean & Britta, Quincy Jones, Neil Young y Magnetic Fields, entre otros.
Acá abajo, transcripción de la intro, con algún refrito propio y una cita cortesía del amigo e historiador Diego Valenzuela.
Nada como una coyuntura económica adversa para sensibilizar al votante contra los indicios de corrupción o mala praxis. De ahí la naturaleza cíclica de la corrupción como leitmotif de la política argentina: la insignificancia testimonial del festival de denuncias en los años dorados de la convertibilidad, y su rol central en la victoria de la Alianza en la antesala de la crisis; o la irrelevancia del capitalismo de amigos en la etapa del idilio sojero a tasas chinas, y su popularidad reciente como sostén de manifestaciones y pilar del rating televisivo. De ahí también la nueva vida de denuncias viejas en el programa de Lanata, o la correlación negativa entre la tasa de crecimiento de la economía y la imagen positiva de Elisa Carrió.
Cuenta Suetonio, en su Vida de los doce Cesares, que lo primero que hizo Vespasiano, al asumir como emperador romano en el año 69, fue reorganizar las finanzas.
En su afán por recaudar para edificar el Coliseo y volver a llenar las arcas de Roma que estaban vacías, Vespasiano tuvo escasos reparos en cargar al pueblo con numerosos impuestos, encareciendo los que estaban en vigencia y recuperando algunos de antiguas ordenanzas.
Para aumentar la eficacia tributaria escogió un camino expeditivo: vendió a altos precios los altos cargos públicos. "De todos modos —decía Vespasiano—, todos son ladrones, y en cierto modo los fomentamos a serlo. Mejor es que vayan restituyendo anticipadamente al Estado un poco de lo que roban.»
Un método similar eligió para reorganizar el fisco: lo confió a funcionarios escogidos entre los más rapaces y esquilmadores y los soltó con plenos poderes en todas las provincias del Imperio. Jamás la tributación de Roma funcionó con tal despiadada puntualidad. Pero, consumada la rapiña, Vespasiano llamó a Roma a los ejecutores y, tras elogiarlos, les confiscó todas las ganancias, con las que, una vez equilibrado el presupuesto, resarció a las víctimas y se ganó el amor de su pueblo.
Una variante moderna del método Vespasiano para limitar el costo fiscal de la corrupción de los altos funcionarios enfrentaría hoy un problema de liquidez: los funcionarios salen ricos pero entran pobres. La solución podría venir de la mano de los bancos públicos, con una línea de crédito para futuros funcionarios, similar a los créditos estudiantiles, o a los préstamos hipotecarios. Garantizados por familiaries y amigos y potenciales testaferros, los préstamos se irían repagando a medida que los empleados y representantes públicos acumularan propiedades y tierras con la milagrosa inversión de sus magros sueldos y dietas.
Una facilidad a tasa variable y creciente, destinada a los emprendedores de la política, que sin duda contribuiría a la igualdad de oportunidades y acercaría a las mejores mentes a la gestión pública.
Aprendamos de las lecciones de la historia.
Diego Genoud sobre Lanata y Massa y Martín Becerra sobre la audiencia ante la Corte sobre la ley de medios. Abrimos con Suetonio y un clip de Marina Bugallo y cerramos con Karina Galperín y su Whitman porteño.
Playlist: Miyake, Lenine, Arto Lindsay, Dean & Britta, Quincy Jones, Neil Young y Magnetic Fields, entre otros.
Acá abajo, transcripción de la intro, con algún refrito propio y una cita cortesía del amigo e historiador Diego Valenzuela.
Nada como una coyuntura económica adversa para sensibilizar al votante contra los indicios de corrupción o mala praxis. De ahí la naturaleza cíclica de la corrupción como leitmotif de la política argentina: la insignificancia testimonial del festival de denuncias en los años dorados de la convertibilidad, y su rol central en la victoria de la Alianza en la antesala de la crisis; o la irrelevancia del capitalismo de amigos en la etapa del idilio sojero a tasas chinas, y su popularidad reciente como sostén de manifestaciones y pilar del rating televisivo. De ahí también la nueva vida de denuncias viejas en el programa de Lanata, o la correlación negativa entre la tasa de crecimiento de la economía y la imagen positiva de Elisa Carrió.
Cuenta Suetonio, en su Vida de los doce Cesares, que lo primero que hizo Vespasiano, al asumir como emperador romano en el año 69, fue reorganizar las finanzas.
En su afán por recaudar para edificar el Coliseo y volver a llenar las arcas de Roma que estaban vacías, Vespasiano tuvo escasos reparos en cargar al pueblo con numerosos impuestos, encareciendo los que estaban en vigencia y recuperando algunos de antiguas ordenanzas.
Para aumentar la eficacia tributaria escogió un camino expeditivo: vendió a altos precios los altos cargos públicos. "De todos modos —decía Vespasiano—, todos son ladrones, y en cierto modo los fomentamos a serlo. Mejor es que vayan restituyendo anticipadamente al Estado un poco de lo que roban.»
Un método similar eligió para reorganizar el fisco: lo confió a funcionarios escogidos entre los más rapaces y esquilmadores y los soltó con plenos poderes en todas las provincias del Imperio. Jamás la tributación de Roma funcionó con tal despiadada puntualidad. Pero, consumada la rapiña, Vespasiano llamó a Roma a los ejecutores y, tras elogiarlos, les confiscó todas las ganancias, con las que, una vez equilibrado el presupuesto, resarció a las víctimas y se ganó el amor de su pueblo.
Una variante moderna del método Vespasiano para limitar el costo fiscal de la corrupción de los altos funcionarios enfrentaría hoy un problema de liquidez: los funcionarios salen ricos pero entran pobres. La solución podría venir de la mano de los bancos públicos, con una línea de crédito para futuros funcionarios, similar a los créditos estudiantiles, o a los préstamos hipotecarios. Garantizados por familiaries y amigos y potenciales testaferros, los préstamos se irían repagando a medida que los empleados y representantes públicos acumularan propiedades y tierras con la milagrosa inversión de sus magros sueldos y dietas.
Una facilidad a tasa variable y creciente, destinada a los emprendedores de la política, que sin duda contribuiría a la igualdad de oportunidades y acercaría a las mejores mentes a la gestión pública.
Aprendamos de las lecciones de la historia.
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