El 13 de enero salió la primera columna (dominguera y quincenal) de Tasas Chinas en el Diario Perfil. En ellas, abuso del refrito de los conceptos más o menos desilvanados que surgen en las introducciones del programa de radio. Para los que no la hayan leído ni escuchado, la transcribo acá:
La sobremesa del sábado se cristiniza. No recuerdo bien cómo empieza el asunto. Probablemente con la Ley de Medios. Comento las palabras de Alejandro Pereyra, el representante propuesto por el FAP e impugnado por el Gobierno para integrar la Afsca, en mi programa de radio. Su descripción de la distancia entre la letra y la realidad de la Ley de Medios. La decepción de la progresía bienpensante que vota un proyecto por lo que dice y luego se sorprende de los resultados, de que le contrabandeen artículos como con la Ley de mercado de capitales, o le bloqueen el nombramiento de sus representantes, como le pasó al FAP con Pereyra.
En la mesa me piden ejemplos y menciono que con la excusa de la inclusión de los pueblos originarios el Gobierno entrega licencias a miembros del Kolina de Alicia Kirchner; que los grupos oligopólicos sin cotización pública adelantaron que desinvertirían repartiendo licencias entre socios y familiares. Como salió en los medios, les digo.
¿En qué medios?, me preguntan.
Como no hay fuentes objetivas, les digo, simplemente no hay fuentes. Y sin fuentes no hay debate, hay tribuna. Un partido emotivo pero feo. No debería pero insisto. La inflación, por ejemplo. El Indec dice 10%. La oposición 24%. El Indec miente, dice la oposición. La oposición miente, dice el Indec. Entonces nadie tiene razón, todos tienen algo de razón y algo de mentira. Entonces no será ni 10% ni 24%. Partimos la diferencia: 17%. La irrealidad del relato gana 7%.
La inflación es distinta, me dicen. Difícil de esconder. Se siente. Cierto, la inflación es una sensación.
No debería pero insisto. ¿Qué sucede con lo que no se siente? Les cuento que hace un mes publiqué un informe sobre la evolución de la industria argentina. Corto, descriptivo, basado en cifras oficiales. El informe mostraba que según los datos del Ministerio de Economía la participación de la industria en el producto, el empleo y las exportaciones no había crecido como dicen los funcionarios del Ministerio de Economía en sus discursos. Escribas oficialistas y lobbistas del proteccionismo sectorial criticaron el informe porque definía mal a la industria. No la definimos nosotros sino el Ministerio de Economía. Está todo en la página del Ministerio. No hubo caso. Como la industria no se siente y los datos se construyen, nada es verificable.
Así estamos, construyendo datos, abrazados a la ficción. Los datos son, no se construyen, les digo. Mis amigos disienten. Depende de cómo se presenten, me dicen. Uno de ellos da un ejemplo: si cambiás el eje de medición de un gráfico un cambio pequeño puede verse como un cambio grande.
No debería pero insisto. Un cambio no se hace más grande si reduzco la escala del eje. Tampoco se hace más pequeño si alejo de mi vista la página donde imprimí el gráfico. Si algo que ayer valía diez hoy vale cinco, sé positivamente tres cosas: que hoy es más pequeño, que hoy es cinco más pequeño, y que hoy es la mitad que ayer. No importa la unidad, el color del gráfico o la mancha de café sobre la hoja.
Hay una diferencia semántica esencial entre la medición del dato y su interpretación. Podemos decir que la inflación no mide exactamente el costo de vida. Podemos decir que, por la presencia de mejores bienes y servicios públicos no incluidos en el ingreso, un hogar pobre, definido como uno que no supera cierto nivel de ingresos, es hoy menos pobre que hace cincuenta años. Podemos interpretar los datos. Pero si ponemos en duda el mero dato, todas las interpretaciones se vuelven igualmente posibles, y se cancela la posibilidad de un saber objetivo.
Para el obispo Berkeley, idealista del siglo 18, existían sólo dos tipos de cosas: espíritus e ideas. Los espíritus eran seres activos que creaban y percibían ideas, y las ideas eran seres pasivos creados y producidos por los espíritus. Ser es ser percibido, decía Berkeley. El calor, el dolor de cabeza, la resaca, la indigestión, la inseguridad, la inflación, la pobreza, el hambre, serían apenas percepciones del espíritu.
Berkeley me angustia.
Necesitamos el dato para describir la realidad y ordenar su interpretación. Para no ser todos Berkeleys, debatiendo con nosotros mismos, vehementes defensores de mundos imaginarios.
Pero esta vez no insisto. Ya son las tres de la mañana y en vistas de que la batalla está perdida opto por seguir los consejos del obispo y refugiarme en mi isla berkeliana mientras me repito como un mantra la realidad existe la realidad existe. Hasta que la realidad me despierta con la cuenta.
La sobremesa del sábado se cristiniza. No recuerdo bien cómo empieza el asunto. Probablemente con la Ley de Medios. Comento las palabras de Alejandro Pereyra, el representante propuesto por el FAP e impugnado por el Gobierno para integrar la Afsca, en mi programa de radio. Su descripción de la distancia entre la letra y la realidad de la Ley de Medios. La decepción de la progresía bienpensante que vota un proyecto por lo que dice y luego se sorprende de los resultados, de que le contrabandeen artículos como con la Ley de mercado de capitales, o le bloqueen el nombramiento de sus representantes, como le pasó al FAP con Pereyra.
En la mesa me piden ejemplos y menciono que con la excusa de la inclusión de los pueblos originarios el Gobierno entrega licencias a miembros del Kolina de Alicia Kirchner; que los grupos oligopólicos sin cotización pública adelantaron que desinvertirían repartiendo licencias entre socios y familiares. Como salió en los medios, les digo.
¿En qué medios?, me preguntan.
Como no hay fuentes objetivas, les digo, simplemente no hay fuentes. Y sin fuentes no hay debate, hay tribuna. Un partido emotivo pero feo. No debería pero insisto. La inflación, por ejemplo. El Indec dice 10%. La oposición 24%. El Indec miente, dice la oposición. La oposición miente, dice el Indec. Entonces nadie tiene razón, todos tienen algo de razón y algo de mentira. Entonces no será ni 10% ni 24%. Partimos la diferencia: 17%. La irrealidad del relato gana 7%.
La inflación es distinta, me dicen. Difícil de esconder. Se siente. Cierto, la inflación es una sensación.
No debería pero insisto. ¿Qué sucede con lo que no se siente? Les cuento que hace un mes publiqué un informe sobre la evolución de la industria argentina. Corto, descriptivo, basado en cifras oficiales. El informe mostraba que según los datos del Ministerio de Economía la participación de la industria en el producto, el empleo y las exportaciones no había crecido como dicen los funcionarios del Ministerio de Economía en sus discursos. Escribas oficialistas y lobbistas del proteccionismo sectorial criticaron el informe porque definía mal a la industria. No la definimos nosotros sino el Ministerio de Economía. Está todo en la página del Ministerio. No hubo caso. Como la industria no se siente y los datos se construyen, nada es verificable.
Así estamos, construyendo datos, abrazados a la ficción. Los datos son, no se construyen, les digo. Mis amigos disienten. Depende de cómo se presenten, me dicen. Uno de ellos da un ejemplo: si cambiás el eje de medición de un gráfico un cambio pequeño puede verse como un cambio grande.
No debería pero insisto. Un cambio no se hace más grande si reduzco la escala del eje. Tampoco se hace más pequeño si alejo de mi vista la página donde imprimí el gráfico. Si algo que ayer valía diez hoy vale cinco, sé positivamente tres cosas: que hoy es más pequeño, que hoy es cinco más pequeño, y que hoy es la mitad que ayer. No importa la unidad, el color del gráfico o la mancha de café sobre la hoja.
Hay una diferencia semántica esencial entre la medición del dato y su interpretación. Podemos decir que la inflación no mide exactamente el costo de vida. Podemos decir que, por la presencia de mejores bienes y servicios públicos no incluidos en el ingreso, un hogar pobre, definido como uno que no supera cierto nivel de ingresos, es hoy menos pobre que hace cincuenta años. Podemos interpretar los datos. Pero si ponemos en duda el mero dato, todas las interpretaciones se vuelven igualmente posibles, y se cancela la posibilidad de un saber objetivo.
Para el obispo Berkeley, idealista del siglo 18, existían sólo dos tipos de cosas: espíritus e ideas. Los espíritus eran seres activos que creaban y percibían ideas, y las ideas eran seres pasivos creados y producidos por los espíritus. Ser es ser percibido, decía Berkeley. El calor, el dolor de cabeza, la resaca, la indigestión, la inseguridad, la inflación, la pobreza, el hambre, serían apenas percepciones del espíritu.
Berkeley me angustia.
Necesitamos el dato para describir la realidad y ordenar su interpretación. Para no ser todos Berkeleys, debatiendo con nosotros mismos, vehementes defensores de mundos imaginarios.
Pero esta vez no insisto. Ya son las tres de la mañana y en vistas de que la batalla está perdida opto por seguir los consejos del obispo y refugiarme en mi isla berkeliana mientras me repito como un mantra la realidad existe la realidad existe. Hasta que la realidad me despierta con la cuenta.
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