Audio del Tasas Chinas del martes 12. Un reinterpretación del episodio de la cajera y Martín Sivak sobre su libro sobre Clarín, acá y acá.
Soundtrack negro: Gill Scott Heron, Salif Keita, Milton Nascimento, Marvin Gaye y Erikah Badu & Stephen Marley, más algunas yapas.
La transcripción de la introducción, acá abajo:
En el supermercado hay militantes con pecheras mirando y cuidando precios. La cajera, sin dejar de pasar artículos por el scanner, comenta: “Ojalá encuentren muchos precios altos y los hagan mierda a esos hijos de puta”. Este episodio encapsula tres aspectos de la década futura que nos deja la década pasada. El primer aspecto es de contexto: la inflación, sin la cual no hablaríamos de subas de precios con tanta concentración y vehemencia. El segundo aspecto es de contenido: el revisionismo militante, que atribuye la inflación a “esos hijos de puta”. El tercer aspecto es de registro: la respuesta, a un paso del odio propio de un estado en guerra u ocupación, cierra toda posibilidad de discusión. Más allá de las bondades terapéuticas del ocasional brote catártico, para bajar la inflación (y para reparar el resto de los errores que hoy nos alejan del desarrollo) habrá que volver a debatir la realidad sin prejuicios ni agresiones. Dejar de agredirnos por dos años.
Esto decía, en síntesis, mi columna de Tasas Chinas publicada en Perfil el sábado pasado. La anécdota de la cajera era, valga la redundancia, anecdótica. Sin embargo, muchos leyeron en la puteada un relejo de las condiciones laborales en los supermercados. La victoria o derrota cultural a la que hacía referencia la columna no se relaciona con el enojo de la cajera sino con su creencia de que la inflación es culpa de los formadores de precios: los oligopolios: los grandes empresas y los grandes sindicatos.
¿Qué te hace pensar que la cajera cree eso? Me preguntaba por tuiter un kirchnerista. Y tiene razón: es posible que la cajera sólo esté expresando su bronca con el patrón explotador. Pero esto abre la puerta a un escenario distinto al sugerido por la columna. Menos halagador. El de un país en el que una trabajadora, desprotegida por su sindicato y por el ministerio de Trabajo, debe conformarse con delegar el castigo de la injusticia social a militantes autoconvocados. Un país de indignación desintermediada. Un país sin Estado.
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