(La intro del programa del miércoles, publicada el 18 de agosto en Diario Perfil.)
En términos técnicos: Cara mata programa.
Hace unas semanas, un politólogo comentaba que el 70% de los votantes no ve programas políticos ni lee columnas políticas ni discute política. Como el hombre de la calle de Jaime Roos que “en medio del discurso, corre cambia bruscamente el dial”. ¿Cómo se vende un político a este 70% de los votantes? Con grandes sonrisas fotográficas, slogans sin palabras esdrújulas, escándalos mediáticos y tinellismos varios. Media hora de entrevista con Fantino cotiza, según sea al paquete, entre 50 y 100 mil pesos. Un minuto de publicidad en el cable cuesta 20 mil pesos. Está claro que Fantino es una ganga: en un futuro todos los candidatos desfilarán por programas de variedades y todos los periodistas de variedades preguntaran cosas como “¿te ves con tus amigos de la infancia?”
Menos periodismo político, más infomercial.
De acuerdo al manual, el político junta votos según el ciclo electoral, cada dos o cuatro o seis años, y el partido y el Congreso se aseguran de que el político no apueste todo: el partido, el capital político y el país, cada dos o cuatro o seis años. Y de vez en cuando, milagrosamente, aparece un estadista, un humanista que apuesta al futuro y a su propia trascendencia en vida. Por estos pagos no tenemos muchos humanistas, la mayoría son consumistas voraces amantes de la velocidad y el riesgo del poder. Y tampoco tenemos mucho partido ni mucho Congreso, lo que nos hacen pendular peligrosamente entre modas antagónicas, desfiladas por el mismo elenco incombustible ante un público amnésico.
Este año se estila el new age. Aceptar lo bueno y rechazar lo malo, terminar con el antagonismo y abrirse al diálogo. El político new age nos cuenta que la veníamos rompiendo hasta que hace poco llegó Moreno, que basta con hablar en inglés para que lluevan dólares, que con alegría y buena voluntad vienen el desarrollo, la igualdad y la paz mundial, que a la inflación, la inseguridad y el desempleo se los combate con los programas de ese libro blanco que deja sin abrir sobre la mesa del programa de Fantino. Una vez convencidos de todo esto, cuando salgamos a la calle a la fiesta new age para celebrar la victoria del político new age, ¿alguien tendrá el coraje de decirnos la verdad? “Si decía lo que iba a hacer no me votaba nadie”, confesaba un ex presidente hace unos años. ¿Es cierto eso? ¿Será que no podemos dormir sin la pastilla? ¿Preferimos que el candidato se enderece la corbata y nos cante al oído a que sea autocrítico y preciso?
El político new age no es un estafador ni un accidente ni la semilla del fin de la política sino una creación colectiva, un emergente de sus votantes, la proyección de nuestros temores y deseos. El new age es lo que se vota en la antesala del postkirchnerismo, lo que votamos al borde de un ataque de nervios. El político new age sólo junta sus votos cuidándose de que no nos suba la presión.
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