Con la imposición de controles a la salida de depósitos en Chipre, volvió a la discusión mundial el caso argentino, en particular las bondades y maldades del corralito, para algunos unos de las decisiones desafortunadas que agravaron la crisis y profundizaron la caida libre de la actividad a fines de 2001 (vale recordar que la actividad comenzó a reputar en el segundo trimestre de 2002). Para echar algo de luz o sombra a este debate, transcribo este fragmento de La Resurrección, revisado y reeditado recientemente por Eudeba, donde discurrimos sobre el corralito y su primo lejano, el corralón.
¿Por qué la corrida de 2001 derivó en restricciones a la extracción de efectivo (el Corralito) y, posteriormente, en la reprogramación compulsiva de depósitos (el Corralón)? ¿Por qué las barreras de contención que en otros países permiten al sistema bancario convivir con el descalce de plazos sin sufrir corridas permanentes, no funcionaron en la Argentina? La razón es conocida: la dolarización de los activos financieros.
En una economía dolarizada, el Banco Central no puede imprimir para prestarle a los bancos los dólares demandados por los depositantes, sólo puede hacer uso (limitado) de las reservas. Y en un contexto de crisis, el Tesoro no puede emitir deuda para incrementar el monto de las reservas (de hecho, no pudo emitir ni siquiera para pagar sus propias obligaciones). El resto es fácil de imaginar: el retiro de depósitos se traduce en una caída de reservas que no hace más que inquietar a los depositantes que aún no han retirado.
Enfrentados con el precipicio y sin red de seguridad, el gobierno cuenta con dos opciones: dejar a los bancos a merced de los depositantes (o a los depositantes a merced de los bancos) forzando a los accionistas a conseguir los dólares o, en caso de que esto no sea factible, a cerrar; o “suspender la convertibilidad” de los depósitos, esto es, eximir a los bancos de su obligación de pagarlos.
En estos casos, las crisis bancarias masivas suelen derivar en la segunda opción. El argumento es que, dado que, en general, estas corridas se deben más a pánicos generalizados que a problemas de solvencia bancaria, dejar que los bancos vayan a la quiebra (con un costo para los depositantes y para las firmas ahora desfinanciadas) causaría pérdidas económicas innecesarias y que, pasada la histeria de la corrida, los bancos estarían en condiciones de volver a operar de manera normal. Por lo general, esta suspensión de convertibilidad toma la forma de una reprogramación de depósitos, ya sea dentro de los mismos bancos o mediante un canje (voluntario o compulsivo) por títulos públicos. Éste sería el destino de la corrida argentina, a través del Corralón y de los sucesivos canjes.
Pero la creatividad local supo idear primero el “corralito”, una versión que es casi el negativo de la reprogramación: en lugar de congelar los retiros de los ahorros bancarios en dólares, se optó por limitar los retiros de efectivo, dejando libertad para transferir dinero entre cuentas bancarias e, incluso, en una exhibición de audacia, instando a dolarizarlas. Así, los dineros de los ahorristas podían transitar todos los corredores del sistema bancario sin ataduras, pero sólo podían abandonarlo por una salida deliberadamente pequeña, de modo que la filtración masiva de depósitos se convirtió, de la noche a la mañana, en un incesante e irremediable goteo.
Tantos neologismos merecen, aun a riesgo de caer en redundancias, una breve aclaración. Por corralito se entiende la restricción al retiro de efectivo establecida por Domingo Cavallo en noviembre de 2001 para cerrar la canilla (o, más precisamente, reducir el chorro) de la corrida bancaria. La medida tuvo el previsible efecto de llevar a los depositantes a retirar el dinero cuanto antes; todos los ahorros bancarios se amontonaron en cuentas a la vista a la espera de una oportunidad de salida.
Recién, en enero de 2002, se creó el Corralón en un intento por hacer lo que el Corralito no hizo: congelar los ahorros para liberar el sistema de pagos (esto es, la liquidez para el pago de sueldos, bienes y servicios). Pero a esas alturas, ahorros y liquidez estaban irreversiblemente mezclados: liberar el corralito habría llevado a un retiro masivo de depósitos. Así es como este accidentado derrotero llevó a la convivencia de los dos corrales en 2002.
La distinción entre corralito y corralón, que aún hoy elude a más de un analista, es esencial para entender algunos aspectos que influirían en el desarrollo de la poscrisis argentina: el problema de la falta de efectivo, clave por su efecto en la economía de los sectores informales y de menores ingresos; la evolución de las variables monetarias y del tipo de cambio a lo largo de 2002; y las cuentas del salvataje bancario que, en su complejidad, lograron disimular el balance final para bancos, firmas, depositantes, y gobierno. Éste capítulo se toma un breve descanso del ajetreado anecdotario de 2002 para intentar develar estos asuntos.
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