(La era del yuyo entró en la etapa de la nostalgia del yuyo. Nos llevamos el mundo por delante y nos quedamos sin saldo en la tarjeta y hoy recordamos los días de oro mientras nos tomamos una grapa de fiado a la espera de que alguien nos rescate: China, la soja, la mística. Ya no somos ni milagrosos ni contraculturales, ya no crecemos más que el resto sino menos que el resto. El fin de fiesta de ajustes y controles es un viva Perón carajo remixado sobre una remake de Paula de Luque del exilio de Néstor, es Carta Abierta hablándole a coro a un Nestornauta de Sábat envuelto en esa bruma lunar con las que Pino disimulaba el bajo presupuesto. Se acabó el viento de cola y como vitelloni trasnochados recorremos el salón semidesierto con los restos del cotillón, tratando que no decaiga, pero después de horas de hacer bardo en la pista ya no parecemos cool ni irreverentes. Estamos viejos para hacernos los pendejos.)
La existencia humana se parece a una función teatral iniciada por actores vivos y terminada por sus autómatas, decía Schopenhauer. Lo atribuía a la muerte del instinto sexual. Al sexo, alimento de la vida (según Schopenhauer), instinto de vida (según Freud). Parafraseando: la ilusión argentina se parece a una función teatral iniciada por adolescentes esperanzados y terminada por sus autómatas. En La posibilidad de una isla Houellebecq le hace decir a Daniel, un humorista despiadado, que es fácil burlarse del ser humano cuando el hombre es movido por el amor o el deseo; pero cuando el hombre está animado por una fe profunda que excede el instinto de vida, el mecanismo se rompe, la risa se interrumpe. El fanatismo es absurdo o siniestro, pero no tiene gracia.
Esta semana, con ayuda del banco de suplentes, el gobierno impuso su mayoría automática y consagró una “comisión de la verdad” para avanzar en la investigación sobre el atentado terrorista en la AMIA. El objetivo de la comisión es indagar en Irán a los funcionarios iraníes implicados, que se han negado a darse una vuelta por Buenos Aires a pesar de los llamados de la Interpol, reconocido agente del Imperio. Para los iraníes, el caso es claro: el autor intelectual del atentado es el Mossad israelí. El único inconveniente sería hacer comparecer en Irán a los funcionarios israelíes implicados.
El fanatismo no tiene gracia.
¿Qué piensan los autómatas cuando tienen que salir a defender las relaciones carnales con el homicida? Hay algo del orden del goce del síndrome de Estocolmo en el esmero con el que ignoran la sonrisa persa.
Cuentan algunos que en el círculo áulico de estrategas de estado hay adolescentes eternos que piensan que el capitalismo se cae, que el nuevo orden mundial será liderado por China o Brasil, Venezuela o Irán, y que Argentina será finalmente el granero y el tanque de un mundo devastado por la concentración de la riqueza y el sobreendeudamiento consumista y la productividad menguante. Cuentan otros que el segundo Obama prefiere apuntalar un gobierno moderado en Irán, entendiendo por moderado éste que tienen ahora, y que Argentina es sólo partícipe necesario de un nuevo orden, otro. Incluso hay quienes sugieren un fin económico: garantizar los dólares sojeros que nos permitirán sortear la caída del capitalismo –a pesar de que esas mismas commodities que exportamos a Irán son fácilmente reruteables a otros mercados menos reacios a la extradición.
Personalmente, prefiero comprar alguna o todas estas intrigas. Llave en mano. No porque me las crea: tengo una aversión natural al conspiracionismo, que suele ser también una de las formas del prejuicio. Las prefiero sólo porque es más simple de ese modo, porque si no toca pensar lo inenunciable: la mueca D´Elía, la cornisa escarpada del lenguaje, el salto al vacío. El fin de la adolescencia.
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