Acá les dejo otro: el prefacio.
Dos mil siete fue un año bisagra, si acaso esa expresión tiene algún sentido. Con el país creciendo al 9%, el pago al Fondo Monetario Internacional en enero de 2006 se sintió no tanto como una sobreactuación de soberanía sino como el final feliz de una crisis que en 2002 se anticipaba eterna. En este contexto, el período que comienza en 2007 no formaba parte del guión. Era la secuela, todo estaba por escribirse. Esta historia pudo haber sido una de las más breves entre las tantas historias de gobiernos breves que ha tenido la Argentina.
Es un hecho que en julio de 2008, en las postrimerías de la crisis del campo y a poco más de seis meses de asumir, por impulso de su marido y ex presidente, Cristina Fernández de Kirchner (CFK) estuvo muy cerca de renunciar. Abandonar entonces la presidencia habría implicado sin duda el fin de su vida política. Es más, la habría condenado al escarnio público y al juicio lapidario de la historia, en lo que podría sin excesos describirse como la coronación de un sorprendente proceso de autodestrucción.
Pero pudo ser también muy prolongada, tan exitosa y prolongada que hoy no pudiéramos imaginar siquiera su conclusión: al menos así llegaron a verse las cosas a fines de 2011, cuando Cristina pareció tocar el cielo con las manos, reuniendo en ella un grado de adhesión popular y de control de los resortes del poder político y económico del país que nadie había alcanzado en décadas. Un poder, en suma, que pareció autorizarla a hacer planes más allá de cualquier límite u obstáculo, para perpetuarse y moldear el país a voluntad, modificar el régimen político y también el económico en forma tal vez irreversible.Así, yendo del cielo al infierno, han transcurrido los años del segundo kirchnerismo. Esta historia que contamos a continuación es, por ello, una que dice mucho no sólo de la personalidad, las ideas y la fuerza política de CFK —y de Néstor Kirchner, protagonista hegemónico hasta su temprana muerte—, sino de los argentinos en general, tan inclinados a la épica como a la flagelación y al patetismo. Y para comprenderla conviene analizar en detalle cada una de las críticas decisiones que Cristina como presidente, su marido y sus colaboradores adoptaron tanto en el terreno de la política como en el de la economía, porque fueron ellas las que dieron finalmente forma a su tiempo.
Se han tejido todo tipo de especulaciones respecto de la relación entre Néstor y Cristina Kirchner y entre el “kirchnerismo clásico”, el que se desarrolló entre 2003 y 2007, y su etapa radicalizada, “cristinista” —para algunos iniciada a fines de 2007, para otros recién plenamente en acto con la muerte de Néstor, en octubre de 2010—. Mucho se escribió, por ejemplo, sobre el doble comando y la “presidente vicaria”, con una visión en general crítica que sostenía que ella era apenas una criatura de él y que nunca tomó decisiones de gobierno hasta la muerte de su marido. Y también mucho se ha dicho sobre el cristinismo como etapa superior del kirchnerismo y de Cristina como una versión mejorada y reforzada del proyecto apenas coyunturalista e hiperpragmático de su marido: un kirchnerismo con “rostro humano” y “vocación programática”.
Más allá de todo lo dicho y escrito, algunas cosas han quedado claras a partir de la experiencia. Por un lado, la superioridad electoral de CFK respecto de su marido: mientras que él no logró triunfar en ninguna de las dos elecciones nacionales en que ocupó las principales candidaturas (2003 y 2009), Cristina triunfó y por amplio margen en las tres suyas: 2005, 2007 y 2011. La experiencia también ha dejado en claro los rasgos que diferencian a CFK de Néstor: éste solía acompañar discursos duros con negociaciones tendientes a algún tipo de acuerdo, mientras que ella tendió a encadenar discursos aun más duros con decisiones unilaterales innegociables. Esto le dio un cariz particular a su primer mandato, así como a lo que conocemos del segundo: inflexibilidad. ¿Fue esa inflexibilidad una receta para el éxito? En ocasiones le permitió alinear a los dubitativos, abroquelar a sus aliados y debilitar a los adversarios, convenciendo a todos de que era mejor no enfrentarla para evitarse problemas. Pero no siempre logró ese resultado. Aquí consideraremos algunas de las muchas ocasiones en que su forma de gobernar contribuyó a cometer errores de gestión, a la postre muy costosos y difíciles de corregir. Y destacaremos también cómo, aun en algunos casos en que decisiones inflexibles ofrecieron soluciones a problemas inmediatos, significaron la pérdida de oportunidades para tomar otros caminos más consistentes y provechosos a mediano y largo plazo, y explican la reemergencia agravada de esos problemas supuestamente resueltos o la generación de otros nuevos y más serios.
Con todo, cabe preguntarse: ¿no estaba ya presente esta inclinación en el primer kirchnerismo? ¿No debería considerárselas entonces, más que como dos etapas distintas, como momentos de un mismo proceso, uno relativamente moderado y el otro maduro y radicalizado por un contexto económico menos generoso? En buena medida la concentración de la suma del poder, una intervención extensa en la vida económica, la eliminación de las disidencias y la limitación del pluralismo político y mediático estaban ya ahí como metas del primer kirchnerismo. Habían sido ésas sus recetas para el éxito en Santa Cruz y tenían evidente afinidad con los gustos ideológicos del matrimonio: no sorprende que intentaran trasladarlas a la nación.
La diferencia esencial fue, a nuestro juicio, de grado y no de forma. El primer kirchnerismo heredó un esquema político y una política económica ajenos, que los Kirchner no habían ayudado mayormente a delinear ni a poner en marcha, pero que adoptaron primero para facilitarse el acceso al poder y luego, en la bonanza de la recuperación económica, para incrementarlo. En tanto el segundo kirchnerismo, el de Cristina presidente, se benefició de un mayor margen de libertad política para tomar decisiones y elegir funcionarios y políticas, amigos y enemigos —pero, agotada la bonanza, fueron desafiados por un margen económico menor y menguante.
En esta progresiva liberación de los Kirchner respecto de la herencia política y económica recibida, la que los llevó a la Rosada y les permitió consolidar su poder pero que también los limitaba para gobernar según el “modelo santacruceño”, hubo mucho de “regreso a las fuentes”, de regresión a las pautas más tradicionales, folclóricas, de la política y la economía del peronismo.
La tendencia nostálgica hacia el populismo mágico, es importante destacarlo, no fue patrimonio de los Kirchner: había estado presente desde un comienzo en el debate que enfrentó a distintos sectores del peronismo respecto de cómo encarar la salida de la crisis de 2001. Ese debate fue de alguna manera saldado por Eduardo Duhalde y los gobernadores peronistas a comienzos de 2002, con un criterio en cierto modo innovador y, en todo caso, más desarrollista que populista. Aunque no puede decirse que la cuestión estuviera del todo resuelta, lo sorprendente del caso es que, más allá del éxito que la solución duhaldista tuvo y del enorme provecho que de ella sacaron los Kirchner en los primeros años de gobierno, en su segunda época no optaron por consolidar esa alternativa sino más bien por desmontarla pieza por pieza para instaurar una opción que en 2002 se había descartado.
Reconstruir este proceso nos servirá para poner en perspectiva la discusión sobre el kirchnerismo y el cristinismo, y entender tanto las continuidades como los desplazamientos entre ellos y con quienes los precedieron.
Y la version Kindle? Encantado de comprarlo si lo puedo leer en mi iPad.
ResponderEliminarPor supuesto. Creo que lo podés encargar acá: http://www.megustaleer.com.ar/ficha/9789500742320/vamos-por-todo
Eliminar¡Felicitaciones!
ResponderEliminarSe desea/espera algún futuro comentario de opinión de ELY sobre la descapitalización de los bancos (según Fede Sturze http://www.ambito.com/diario/noticia.asp?id=681462) con las nuevas medidas de Moreno.
Saludos y gran blog
Gracias!
EliminarUn análisis claro y profesional de las políticas aplicadas en los últimos diez años del régimen. Los gobiernos siempre podrán hacer lo que quieran, lo que no podrán es evitar las consecuencias.
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