sábado, 30 de marzo de 2013

Salgamos de la zona

La última columna de Tasas Chinas en el diario Perfil refrita las introducciones de dos viejos programas. La referencia del título es a esta gran película de Chan-Wook Park sobre el área desmilitarizada entre las dos Coreas.

En su versión mediática la realidad nos habla a los gritos; cualquier dato es señal de colapso inminente o prueba de resurgimiento inminente. La realidad se desmaterializa dinamitada por el montaje cinético, por la adrenalina del minuto a minuto. El discurrir cotidiano, sin estridencias, sin alineación, no contribuye al espectáculo. El conductor se aburre, mira ansioso al productor, pide un corte.

“Tu sombra está sobre la línea de seguridad”, advierte el personaje Kang-ho Song en la película coreana Zona de seguridad compartida, que se desarrolla en la zona de seguridad compartida entre las dos Coreas. La realidad argentina habita ese no lugar entre fronteras ideológicas de la Guerra Fría. A cada paso suena el fuego cruzado de los guardias apostados a ambos lados de la zona, contra un fondo de propaganda que sale continuamente de los parlantes.

¿Cuánto hace que hablamos de la inflación? Cuatro años discutiendo si había subido, y ahora discutimos si la culpa la tiene el que vende o el que compra o el que imprime los billetes. Discutimos si “conviene” más el bono de YPF o el depósito en el banco, dos instrumentos que en un año se quedan con el 10% de nuestros ahorros. Analizamos las cifras de un discurso presidencial con contundentes números nominales que suben con la inflación. ¿Es necesario un experto neoliberal para explicar que si la jubilación promedio sube 25% y la inflación es de 25%, para todos los fines prácticos, la jubilación no sube? ¿Es necesario invocar a Marx y a Keynes para explicar que el que sube precios y el que sube salarios 25% no causan esta inflación del 25%, sino al revés? Debatimos la inflación Coto, las bondades relativas de los instrumentos de desahorro y los récords de recaudación nominal y, al hacerlo, le damos entidad a una conversación que podría ocurrir en una obra de Ionesco o una novela de Soriano, en una crónica tercermundista versionada por Hunter Thompson. Será el costo de la democratización de la economía, me dice un amigo, no economista.

Terminaron las vacaciones, recién empieza el año y ya estamos cansados. ¿Podemos tomarnos un recreo? ¿Podemos (abusando de la paráfrasis gastronómica) dejar este folclore por dos años? Dos años sin teorías conspirativas ni periodismo de guerra ni soviet chic ni compre fueguino. Dos años sin debates K versus no K, sin estigmatizaciones ni periodismo militante ni nacionalismos superadores. Dos años para reconocernos.

Tomémonos un recreo. Hablemos de otra cosa.

Una amiga que suele oír estas columnas me acerca una historia. Pareja de progres jóvenes y palermitanos se mudan a una villa para tomar un baño de pobreza. La idishe mame de la nena va los fines de semana a llevarles comida y regalos y la nena no la deja entrar en la casa. La mame comparte la comida y los regalos rechazados con las vecinas de la villa, que entienden y comparten su drama, la contienen. Finalmente la nena tiene un chico con problemas de salud, vuelve a Palermo y a la prepaga. La mame de vez en cuando pasa por la villa a saludar a las vecinas, matea con ellas mientras les muestra las fotos de la fiesta de 15 de la nena, con la que ahora sólo habla de dinero.

Un amigo que suele oír estas columnas me acerca otra historia. Le roban una camioneta a punta de pistola un mes después de comprarla. Una semana después de hacer la denuncia, ya resignado a la pérdida, lo llama la policía de Paraguay para decirle que tienen el vehículo y que puede pasar a buscarlo por Asunción. Viaja con un pasaje de ida y hace horas de cola y horas de papeles y finalmente se la entregan, intacta. La maneja un día y medio de vuelta a Buenos Aires. Llega cansado y duerme 12 horas seguidas. A la mañana siguiente, al salir del garage, lo abordan dos tipos a punta de pistola y le piden la camioneta. Mientras uno lo custodia, el otro desarma los asientos y extrae varios ladrillos blancos. Luego lo liberan, le dan la mano. Gracias, jefe, disculpe las molestias.

Tomémonos un recreo. Salgamos de la zona.

jueves, 28 de marzo de 2013

Corralito & Corralón (a próposito de Chipre)

Con la imposición de controles a la salida de depósitos en Chipre, volvió a la discusión mundial el caso argentino, en particular las bondades y maldades del corralito, para algunos unos de las decisiones desafortunadas que agravaron la crisis y profundizaron la caida libre de la actividad a fines de 2001 (vale recordar que la actividad comenzó a reputar en el segundo trimestre de 2002). Para echar algo de luz o sombra a este debate, transcribo este fragmento de La Resurrección, revisado y reeditado recientemente por Eudeba, donde discurrimos sobre el corralito y su primo lejano, el corralón.


¿Por qué la corrida de 2001 derivó en restricciones a la extracción de efectivo (el Corralito) y, posteriormente, en la reprogramación compulsiva de depósitos (el Corralón)? ¿Por qué las barreras de contención que en otros países permiten al sistema bancario convivir con el descalce de plazos sin sufrir corridas permanentes, no funcionaron en la Argentina? La razón es conocida: la dolarización de los activos financieros. 

En una economía dolarizada, el Banco Central no puede imprimir para prestarle a los bancos los dólares demandados por los depositantes, sólo puede hacer uso (limitado) de las reservas. Y en un contexto de crisis, el Tesoro no puede emitir deuda para incrementar el monto de las reservas (de hecho, no pudo emitir ni siquiera para pagar sus propias obligaciones). El resto es fácil de imaginar: el retiro de depósitos se traduce en una caída de reservas que no hace más que inquietar a los depositantes que aún no han retirado. 

Enfrentados con el precipicio y sin red de seguridad, el gobierno cuenta con dos opciones: dejar a los bancos a merced de los depositantes (o a los depositantes a merced de los bancos) forzando a los accionistas a conseguir los dólares o, en caso de que esto no sea factible, a cerrar; o “suspender la convertibilidad” de los depósitos, esto es, eximir a los bancos de su obligación de pagarlos. 

En estos casos, las crisis bancarias masivas suelen derivar en la segunda opción. El argumento es que, dado que, en general, estas corridas se deben más a pánicos generalizados que a problemas de solvencia bancaria, dejar que los bancos vayan a la quiebra (con un costo para los depositantes y para las firmas ahora desfinanciadas) causaría pérdidas económicas innecesarias y que, pasada la histeria de la corrida, los bancos estarían en condiciones de volver a operar de manera normal. Por lo general, esta suspensión de convertibilidad toma la forma de una reprogramación de depósitos, ya sea dentro de los mismos bancos o mediante un canje (voluntario o compulsivo) por títulos públicos. Éste sería el destino de la corrida argentina, a través del Corralón y de los sucesivos canjes. 

Pero la creatividad local supo idear primero el “corralito”, una versión que es casi el negativo de la reprogramación: en lugar de congelar los retiros de los ahorros bancarios en dólares, se optó por limitar los retiros de efectivo, dejando libertad para transferir dinero entre cuentas bancarias e, incluso, en una exhibición de audacia, instando a dolarizarlas. Así, los dineros de los ahorristas podían transitar todos los corredores del sistema bancario sin ataduras, pero sólo podían abandonarlo por una salida deliberadamente pequeña, de modo que la filtración masiva de depósitos se convirtió, de la noche a la mañana, en un incesante e irremediable goteo. 

Tantos neologismos merecen, aun a riesgo de caer en redundancias, una breve aclaración. Por corralito se entiende la restricción al retiro de efectivo establecida por Domingo Cavallo en noviembre de 2001 para cerrar la canilla (o, más precisamente, reducir el chorro) de la corrida bancaria. La medida tuvo el previsible efecto de llevar a los depositantes a retirar el dinero cuanto antes; todos los ahorros bancarios se amontonaron en cuentas a la vista a la espera de una oportunidad de salida.

Recién, en enero de 2002, se creó el Corralón en un intento por hacer lo que el Corralito no hizo: congelar los ahorros para liberar el sistema de pagos (esto es, la liquidez para el pago de sueldos, bienes y servicios). Pero a esas alturas, ahorros y liquidez estaban irreversiblemente mezclados: liberar el corralito habría llevado a un retiro masivo de depósitos. Así es como este accidentado derrotero llevó a la convivencia de los dos corrales en 2002. 

La distinción entre corralito y corralón, que aún hoy elude a más de un analista, es esencial para entender algunos aspectos que influirían en el desarrollo de la poscrisis argentina: el problema de la falta de efectivo, clave por su efecto en la economía de los sectores informales y de menores ingresos; la evolución de las variables monetarias y del tipo de cambio a lo largo de 2002; y las cuentas del salvataje bancario que, en su complejidad, lograron disimular el balance final para bancos, firmas, depositantes, y gobierno. Éste capítulo se toma un breve descanso del ajetreado anecdotario de 2002 para intentar develar estos asuntos.

martes, 26 de marzo de 2013

Shopping global de la mano del cepo



¿Otro subsidio regresivo a la clase media? La combinación de tipo de cambio oficial controlado y prohibición de compra de dólares es un fuerte incentivo al turismo emisivo (argentinos viajando y gastando en el exterior) y un desincentivo al turismo receptivo (turistas extranjeros vendiendo sus dólares baratos al gobierno). 

La línea azul claro representa la salida de dólares por el primero concepto. La línea azul oscuro, la entrada de dólares por el segundo. El área sombrada, el saldo de dólares que entra al país.

domingo, 24 de marzo de 2013

Vamos Por Todo (prefacio del libro)

Esta semana llega a las librerías Vamos por todo, el libro sobre la política y economía argentina de los últimos años, que escribí junto a Marcos Novaro, y del que La Nación saca este anticipo.

Acá les dejo otro: el prefacio.

Dos mil siete fue un año bisagra, si acaso esa expresión tiene algún sentido. Con el país creciendo al 9%, el pago al Fondo Monetario Internacional en enero de 2006 se sintió no tanto como una sobreactuación de soberanía sino como el final feliz de una crisis que en 2002 se anticipaba eterna. En este contexto, el período que comienza en 2007 no formaba parte del guión. Era la secuela, todo estaba por escribirse. Esta historia pudo haber sido una de las más breves entre las tantas historias de gobiernos breves que ha tenido la Argentina. 

Es un hecho que en julio de 2008, en las postrimerías de la crisis del campo y a poco más de seis meses de asumir, por impulso de su marido y ex presidente, Cristina Fernández de Kirchner (CFK) estuvo muy cerca de renunciar. Abandonar entonces la presidencia habría implicado sin duda el fin de su vida política. Es más, la habría condenado al escarnio público y al juicio lapidario de la historia, en lo que podría sin excesos describirse como la coronación de un sorprendente proceso de autodestrucción.


Pero pudo ser también muy prolongada, tan exitosa y prolongada que hoy no pudiéramos imaginar siquiera su conclusión: al menos así llegaron a verse las cosas a fines de 2011, cuando Cristina pareció tocar el cielo con las manos, reuniendo en ella un grado de adhesión popular y de control de los resortes del poder político y económico del país que nadie había alcanzado en décadas. Un poder, en suma, que pareció autorizarla a hacer planes más allá de cualquier límite u obstáculo, para perpetuarse y moldear el país a voluntad, modificar el régimen político y también el económico en forma tal vez irreversible.Así, yendo del cielo al infierno, han transcurrido los años del segundo kirchnerismo. Esta historia que contamos a continuación es, por ello, una que dice mucho no sólo de la personalidad, las ideas y la fuerza política de CFK —y de Néstor Kirchner, protagonista hegemónico hasta su temprana muerte—, sino de los argentinos en general, tan inclinados a la épica como a la flagelación y al patetismo. Y para comprenderla conviene analizar en detalle cada una de las críticas decisiones que Cristina como presidente, su marido y sus colaboradores adoptaron tanto en el terreno de la política como en el de la economía, porque fueron ellas las que dieron finalmente forma a su tiempo.

Se han tejido todo tipo de especulaciones respecto de la relación entre Néstor y Cristina Kirchner y entre el “kirchnerismo clásico”, el que se desarrolló entre 2003 y 2007, y su etapa radicalizada, “cristinista” —para algunos iniciada a fines de 2007, para otros recién plenamente en acto con la muerte de Néstor, en octubre de 2010—. Mucho se escribió, por ejemplo, sobre el doble comando y la “presidente vicaria”, con una visión en general crítica que sostenía que ella era apenas una criatura de él y que nunca tomó decisiones de gobierno hasta la muerte de su marido. Y también mucho se ha dicho sobre el cristinismo como etapa superior del kirchnerismo y de Cristina como una versión mejorada y reforzada del proyecto apenas coyunturalista e hiperpragmático de su marido: un kirchnerismo con “rostro humano” y “vocación programática”. 

Más allá de todo lo dicho y escrito, algunas cosas han quedado claras a partir de la experiencia. Por un lado, la superioridad electoral de CFK respecto de su marido: mientras que él no logró triunfar en ninguna de las dos elecciones nacionales en que ocupó las principales candidaturas (2003 y 2009), Cristina triunfó y por amplio margen en las tres suyas: 2005, 2007 y 2011. La experiencia también ha dejado en claro los rasgos que diferencian a CFK de Néstor: éste solía acompañar discursos duros con negociaciones tendientes a algún tipo de acuerdo, mientras que ella tendió a encadenar discursos aun más duros con decisiones unilaterales innegociables. Esto le dio un cariz particular a su primer mandato, así como a lo que conocemos del segundo: inflexibilidad. ¿Fue esa inflexibilidad una receta para el éxito? En ocasiones le permitió alinear a los dubitativos, abroquelar a sus aliados y debilitar a los adversarios, convenciendo a todos de que era mejor no enfrentarla para evitarse problemas. Pero no siempre logró ese resultado. Aquí consideraremos algunas de las muchas ocasiones en que su forma de gobernar contribuyó a cometer errores de gestión, a la postre muy costosos y difíciles de corregir. Y destacaremos también cómo, aun en algunos casos en que decisiones inflexibles ofrecieron soluciones a problemas inmediatos, significaron la pérdida de oportunidades para tomar otros caminos más consistentes y provechosos a mediano y largo plazo, y explican la reemergencia agravada de esos problemas supuestamente resueltos o la generación de otros nuevos y más serios. 

Con todo, cabe preguntarse: ¿no estaba ya presente esta inclinación en el primer kirchnerismo? ¿No debería considerárselas entonces, más que como dos etapas distintas, como momentos de un mismo proceso, uno relativamente moderado y el otro maduro y radicalizado por un contexto económico menos generoso? En buena medida la concentración de la suma del poder, una intervención extensa en la vida económica, la eliminación de las disidencias y la limitación del pluralismo político y mediático estaban ya ahí como metas del primer kirchnerismo. Habían sido ésas sus recetas para el éxito en Santa Cruz y tenían evidente afinidad con los gustos ideológicos del matrimonio: no sorprende que intentaran trasladarlas a la nación. 

La diferencia esencial fue, a nuestro juicio, de grado y no de forma. El primer kirchnerismo heredó un esquema político y una política económica ajenos, que los Kirchner no habían ayudado mayormente a delinear ni a poner en marcha, pero que adoptaron primero para facilitarse el acceso al poder y luego, en la bonanza de la recuperación económica, para incrementarlo. En tanto el segundo kirchnerismo, el de Cristina presidente, se benefició de un mayor margen de libertad política para tomar decisiones y elegir funcionarios y políticas, amigos y enemigos —pero, agotada la bonanza, fueron desafiados por un margen económico menor y menguante. 

En esta progresiva liberación de los Kirchner respecto de la herencia política y económica recibida, la que los llevó a la Rosada y les permitió consolidar su poder pero que también los limitaba para gobernar según el “modelo santacruceño”, hubo mucho de “regreso a las fuentes”, de regresión a las pautas más tradicionales, folclóricas, de la política y la economía del peronismo.

La tendencia nostálgica hacia el populismo mágico, es importante destacarlo, no fue patrimonio de los Kirchner: había estado presente desde un comienzo en el debate que enfrentó a distintos sectores del peronismo respecto de cómo encarar la salida de la crisis de 2001. Ese debate fue de alguna manera saldado por Eduardo Duhalde y los gobernadores peronistas a comienzos de 2002, con un criterio en cierto modo innovador y, en todo caso, más desarrollista que populista. Aunque no puede decirse que la cuestión estuviera del todo resuelta, lo sorprendente del caso es que, más allá del éxito que la solución duhaldista tuvo y del enorme provecho que de ella sacaron los Kirchner en los primeros años de gobierno, en su segunda época no optaron por consolidar esa alternativa sino más bien por desmontarla pieza por pieza para instaurar una opción que en 2002 se había descartado. 

Reconstruir este proceso nos servirá para poner en perspectiva la discusión sobre el kirchnerismo y el cristinismo, y entender tanto las continuidades como los desplazamientos entre ellos y con quienes los precedieron.

miércoles, 20 de marzo de 2013

Dollar blues

Nos quedan treinta meses de las mismas discusiones estériles, decía acá. Treinta meses para insistir con argumentos como éste (publicado el 17 de enero en La Nación; cambiar 8 por 7 donde corresponda):

Las expectativas, si no son guiadas por la política económica, suelen ajustar con lo que hay. La de inflación para 2013 tomará como guía el 26 por ciento que se registró en 2012 y le agregará algo más para cubrir posibles desvíos. La del tipo de cambio paralelo, más movediza, tendrá como guía el tipo de cambio de ayer.

Por eso, hace seis meses se pensaba que el bluea $ 6,50 era caro y hoy, sin que nada fundamental en la economía haya cambiado, un blue a 7 pesos parece barato. Es así como, cada vez que vuelve de uno de sus viajes, regresa a un nivel que está un escalón por arriba del punto de partida. Un comportamiento que los economistas denominan con un término que toman prestado de la física: histéresis (la "memoria" de los materiales).

En este caso, como en julio pasado, el viaje del blue tiene que ver con aspectos estacionales: el aguinaldo y las vacaciones, que típicamente elevan la demanda de pesos y dólares. Y con la respuesta incomprensible del Gobierno (la Administración Federal de Ingresos Públicos, el Banco Central o quien sea que esté timoneando la política cambiaria) de endurecer las condiciones de acceso al dólar oficial para los pocos casos aún permitidos.

Los costos de dejar que la demanda estacional ajuste por el paralelo son múltiples y no se limitan al fastidio de los potenciales turistas. Por ejemplo, cae el incentivo a vender dólares para consumir o invertir (por temor a perder el próximo escalón) estimulando el atesoramiento, justamente la opción que el Gobierno eliminó para el caso del billete oficial, y restando impulso al crecimiento.

Además, la suba se traslada a una parte de la canasta de consumo presionando sobre la inflación. Y genera una sensación de corrida que funciona como profecía autocumplida: la gente compra (y no vende) a 7 pesos porque piensa que seguirá subiendo, el mercado blue se dispara 20 centavos en un día y el aumento premia al que compró a 7, convalidando sus expectativas y generando más demanda. En resumen, más dolarización y más inflación; menos demanda doméstica y menos crecimiento.

Cuando nos internamos por un camino errado, lo mejor es volver sobre nuestros pasos. No es gratis; depende, entre otras cosas, de cuánto nos hayamos internado. Pero es menos costoso que insistir en el error. Del mismo modo, la AFIP o el BCRA (en fin, el Gobierno) debería habilitar la venta de más dólares a un tipo de cambio realista (mayor al oficial, pero bien por debajo del paralelo).

Tendrá que ponerle el pecho al tsunami de pesos que hoy no encuentra destino y que a estas alturas espera que el dólar suba sin techo. Pero éste es un costo inevitable que crece con la permanencia del cepo cambiario. Apretando el cepo, en cambio, sólo se alimenta el blue y las ganancias de las "cuevas", e induce a quienes tienen ahorros en blanco a la informalidad.

miércoles, 13 de marzo de 2013

Esperando la crisis


(Publicada el 13 de marzo de 2013 en La Nación).

A fines de 2006, con crecimiento a tasas chinas, superávits gemelos e indicadores sociales recuperados, Argentina parecía condenada al éxito; a fines de 2012, apagones, cacerolazos y paros traían ominosos recuerdos del 2001. El antecedente más cercano de la “década ganada” de la posconvertibilidad (2002 a 2012) es poco halagador: la “década ganada” de la poshiperinflación alfonsinista (1989 a 1999). “Lo único que pregunto es si la crisis llegará antes o después de las elecciones”, se preguntaba (o me preguntaba) una lectora después de leer una columna reciente. “Esto así no dura”, resumía un colega hace unos días en alusión a la combinación de inflación en ascenso, reservas en descenso, brecha cambiaria bolivariana y crecimiento japonés.

Este tipo de impresiones emocionales, sin embargo, suelen pintar mejor el árbol que el bosque.

Vivimos esperando la definición. Hace décadas que el país oscila, parafraseando a Gerchunoff y Llach, de la ilusión de la recuperación al desencanto de la crisis. No tenemos registro de períodos de crecimiento lento pero seguro, ni de largas recesiones; lo más parecido, la odisea aliancista, fue en última instancia un lento descarrilamiento. Tal vez por eso nos cuesta concebir un escenario en el que nada cambia, o en el que todo cambia de manera pausada, imperceptible, como en un estofado lento. Tenemos una aversión natural a la medianía, especialmente si esta medianía intermedia, neurótica, está asociado al malestar y a la postergación. Soñamos con un desenlace, un cierre, y así alimentamos las fantasías de crisis o recuperación.

¿Rebotamos o colapsamos? Si el oficialismo apuesta al despegue de la mano de China, Brasil, la soja o Vaca Muerta (y le prende una vela a una virtuosa alineación de países y commodities mientras aguarda el ocaso del capitalismo destituyente), la oposición se ilusiona con la inflación y el dólar blue a la espera de que las penurias económicas y el voto negativo hagan el trabajo por ella.

Pero en la Argentina actual la dinámica de una crisis es casi tan difícil de delinear como las razones de un despegue. Para que algo se rompa hace falta una fragilidad: el déficit crónico heredado del sobreendeudamiento ochentista en 1989, o el sobreendeudamiento en dólares heredado de la convertibilidad noventista en 2001. Sin éstos, lo más probable es que, en el peor de los casos, lo que enfrentemos sea una recesión. Ni emergencia ni hundimiento sino una lenta y prolongada deriva, justo en el medio entre el colapso y el milagro, entre el 5% de crecimiento de los oráculos oficiales y el -1% de algunos analistas menos pacientes con el modelo.

¿Por qué la crisis se hace rogar? Las razones son varias y remiten a lo logrado a la salida de la crisis y a la naturaleza autoinfligida de los síntomas actuales.

Hoy el endeudamiento está en mínimos históricos (aunque si contamos compromisos ocultos y pagos postergados, probablemente haya dejado de caer hace un par de años). El déficit fiscal es manejable y depende en gran medida de subsidios a la clase media que debieron haber sido reducidos hace tiempo (y que el gobierno viene reduciendo paulatinamente: el gasto nominal en subsidios no varió en 2012 respecto de 2011 y para 2013 se presupuestó una reducción adicional, lo que implica un ajuste real). La inflación inercial podría atacarse de manera incruenta con una combinación de transparencia (un IPC genuino), política (un banco central que se ocupe del tema) y un acuerdo de precios y salarios alrededor de una pauta. Y la escasez de dólares se debe menos a la apreciación del peso que a la obcecación del gobierno por alienar al capital privado, extranjero y local. Simplificando, podría concluirse que si la Argentina moderara la inflación y recibiera inversiones extranjeras en petróleo, minería e infraestructura –algo que tarde o temprano sucederá– el tipo de cambio estaría más cerca del oficial que del paralelo, los controles serían redundantes, reviviría el crédito de mediano plazo y el crecimiento convergería al 5% regional.

Una crisis económica es la forma traumática en la que se resuelve un reacomodamiento que no puede instrumentarse de manera gradual: una quita de deuda, una devaluación, un ajuste de ingresos reales. Pero si el escenario de llegada no difiere mucho del de partida, si no existe esta necesidad de un reacomodamiento brusco, no hay razones para que la acumulación de errores precipite una corrección masiva. Con un tipo de cambio bajo presión pero que al final del día no debería ser muy distinto del actual y un déficit que se deteriora pero sin llegar al desmadre de los 80, habrá que acostumbrarse a una brecha cambiaria volátil y creciente, una presión e intervención fiscal en aumento y una inflación reptando por arriba del 30%. Como hasta ahora.

¿Optimista? Depende. Más optimista parecería ser quien anticipa la crisis como un baño de realidad, como preámbulo de un cambio para mejor; las crisis no son el comienzo de nada bueno. ¿Pesimista? También depende. Más pesimista sería, inadvertidamente, quien vaticina con alegría una eternidad de controles y ajustes atolondrados y derrape lento a contrapelo de la región; insisitir en el error sólo nos aleja de la solución.

Cuesta imaginar esta deriva sin desenlace, pero es lo que hay. Probablemente nos esperen treinta meses más de discusiones inverosímiles sobre los orígenes de la inflación y de recetas exóticas de economista amateur. Treinta meses de vehemente improvisación y autocelebración en cadena. Treinta meses de enervante calma chicha, y ninguna crisis.

O treinta meses para pensar el futuro, para construir una alternativa que no huela a reciclaje. Porque nada sucederá por sí sólo, la crisis no nos salvará de la falta de ideas. 


Hay que remar.

miércoles, 6 de marzo de 2013

Tasas Chinas 2.3: Hablemos de otra cosa

Les dejo el audio del programa de ayer, acá y acá.

Martín Bohmer sobre la democratización de la Justicia (y el Martín Fierro), y Sergio Olguín sobre su última novela y el policial en la Argentina.

Soundtrack: Novalima, Seu Jorge, Gainsbourg & Birkin, Nikka Costa, This Mortal Coil.

Aquí, la intro del programa:

¿Cuánto hace que hablamos de la inflación? Estuvimos cuatro años discutiendo si había subido, y ahora discutimos si la culpa la tiene el que vende o el que compra o el que imprime los billetes.

Discutimos si “conviene” más el bono de YPF o el depósito en el banco, dos instrumentos que en un año se quedan con el 10% de nuestros ahorros.

Los “expertos” analizan las cifras del discurso presidencial, impactantes números nominales que suben con la inflación. Argentina es el país donde más crecen la recaudación y los salarios y las jubilaciones porque es el país donde más crecen los precios.

La política debate si la década 2002-2012 fue una década ganada, pero se olvidan de su antecedente más cercano: la década ganada de 1989-1999.

Los presuntos expertos, los medios, incluso nosotros mismos acá debatimos la inflación Coto, las bondades relativas de instrumentos de desahorro, los récords de recaudación nominal y las décadas presidenciales. Y, al hacerlo, le damos entidad a una conversación que podría ocurrir en una obra de Ionesco o una novela de Soriano.

¿Es necesario un experto neoliberal para explicar que si la jubilación promedio sube 25% y la inflación es de 25%, para todos los fines prácticos, la jubilación no sube? ¿Es necesario invocar a Marx y a Keynes para explicar que el que sube precios y el que sube salarios 25% no causan esta inflación del 25% sino al revés?

Manual de economía tercermundista versionado por Hunter Thompson. Será el costo de la democratización de la economía, dice un amigo no economista.

¿Podemos, parafrasando al multiinstrumentalista gastronómico, dejar de hablar de estos temas folclóricos por dos años? Dos años sin teorías conspirativas ni periodismo de guerra ni soviet chic ni compre fueguino. Dos años sin debates K versus no K, sin estigmatizaciones ni periodismo militante, ni nacionalismos superadores.

Recién empieza marzo y ya estamos cansados.

¿Podemos tomarnos un recreo?

Una amiga y oyente me cuenta una historia. Pareja de progres jóvenes y palermitanos se mudan a una villa para tomar un baño de pobreza. La idishe mame de la nena va los fines de semana a llevarles comida y regalos y la nena no la deja entrar en la casa. La mame comparte la comida y regalos rechazados con las vecinas de la villa, que entienden y comparten su drama, la contienen. Finalmente la nena tiene un chico con problemas de salud, vuelve a palermo y a la prepaga. La mame de vez en cuando pasa por la villa a saludar a las vecinas, matea con ellas mientras les muestra las fotos de la fiesta de 15 de la nena, con la que ahora sólo habla de dinero.

Un amigo y oyente me cuenta otra historia. Le roban una camioneta a punta de pistola un mes después de comprarla. Una semana después de hacer la denuncia, ya resignado a la pérdida, lo llama la policía de Paraguay para decirle que tienen el vehículo y que puede pasar a buscarlo por Asunción. Viaja con un pasaje de ida y hace horas de cola y horas de papeles y finalmente se la entregan, intacta. La maneja un día y medio de vuelta a Buenos Aires. Llega cansado y duerme 12 horas seguidas. A la mañana siguiente, al salir del garage, lo abordan dos tipos a punta de pistola y le piden la camioneta. Mientras uno lo custodia, el otro desarma los asientos y extrae varios ladrillos blancos. Luego lo liberan, le dan la mano. Gracias, jefe, disculpe las molestias.

Tomémonos un recreo. Hablemos de otra cosa.

domingo, 3 de marzo de 2013

Fin de la adolescencia

(Publicada el 3 de marzo de 2013 en Diario Perfil. Los oyentes de Tasas Chinas reconocerán pedazos de introducciones del programa.)

(La era del yuyo entró en la etapa de la nostalgia del yuyo. Nos llevamos el mundo por delante y nos quedamos sin saldo en la tarjeta y hoy recordamos los días de oro mientras nos tomamos una grapa de fiado a la espera de que alguien nos rescate: China, la soja, la mística. Ya no somos ni milagrosos ni contraculturales, ya no crecemos más que el resto sino menos que el resto. El fin de fiesta de ajustes y controles es un viva Perón carajo remixado sobre una remake de Paula de Luque del exilio de Néstor, es Carta Abierta hablándole a coro a un Nestornauta de Sábat envuelto en esa bruma lunar con las que Pino disimulaba el bajo presupuesto. Se acabó el viento de cola y como vitelloni trasnochados recorremos el salón semidesierto con los restos del cotillón, tratando que no decaiga, pero después de horas de hacer bardo en la pista ya no parecemos cool ni irreverentes. Estamos viejos para hacernos los pendejos.) 

La existencia humana se parece a una función teatral iniciada por actores vivos y terminada por sus autómatas, decía Schopenhauer. Lo atribuía a la muerte del instinto sexual. Al sexo, alimento de la vida (según Schopenhauer), instinto de vida (según Freud). Parafraseando: la ilusión argentina se parece a una función teatral iniciada por adolescentes esperanzados y terminada por sus autómatas. En La posibilidad de una isla Houellebecq le hace decir a Daniel, un humorista despiadado, que es fácil burlarse del ser humano cuando el hombre es movido por el amor o el deseo; pero cuando el hombre está animado por una fe profunda que excede el instinto de vida, el mecanismo se rompe, la risa se interrumpe. El fanatismo es absurdo o siniestro, pero no tiene gracia.

Esta semana, con ayuda del banco de suplentes, el gobierno impuso su mayoría automática y consagró una “comisión de la verdad” para avanzar en la investigación sobre el atentado terrorista en la AMIA. El objetivo de la comisión es indagar en Irán a los funcionarios iraníes implicados, que se han negado a darse una vuelta por Buenos Aires a pesar de los llamados de la Interpol, reconocido agente del Imperio. Para los iraníes, el caso es claro: el autor intelectual del atentado es el Mossad israelí. El único inconveniente sería hacer comparecer en Irán a los funcionarios israelíes implicados.

El fanatismo no tiene gracia.

¿Qué piensan los autómatas cuando tienen que salir a defender las relaciones carnales con el homicida? Hay algo del orden del goce del síndrome de Estocolmo en el esmero con el que ignoran la sonrisa persa.

Cuentan algunos que en el círculo áulico de estrategas de estado hay adolescentes eternos que piensan que el capitalismo se cae, que el nuevo orden mundial será liderado por China o Brasil, Venezuela o Irán, y que Argentina será finalmente el granero y el tanque de un mundo devastado por la concentración de la riqueza y el sobreendeudamiento consumista y la productividad menguante. Cuentan otros que el segundo Obama prefiere apuntalar un gobierno moderado en Irán, entendiendo por moderado éste que tienen ahora, y que Argentina es sólo partícipe necesario de un nuevo orden, otro. Incluso hay quienes sugieren un fin económico: garantizar los dólares sojeros que nos permitirán sortear la caída del capitalismo –a pesar de que esas mismas commodities que exportamos a Irán son fácilmente reruteables a otros mercados menos reacios a la extradición.

Personalmente, prefiero comprar alguna o todas estas intrigas. Llave en mano. No porque me las crea: tengo una aversión natural al conspiracionismo, que suele ser también una de las formas del prejuicio. Las prefiero sólo porque es más simple de ese modo, porque si no toca pensar lo inenunciable: la mueca D´Elía, la cornisa escarpada del lenguaje, el salto al vacío. El fin de la adolescencia.