sábado, 27 de julio de 2013

Argentina: La imaginación al poder

(Publicado el 26 de julio en El Cronista)

“Tal vez por eso de que problemas extremos justifican soluciones extremas, los países en desarrollo han despertado entre los economistas una creatividad que en economías desarrolladas pasarían por expresiones minoritarias o risueñas –o peor, peligrosamente radicales.” Así empieza “Remedios Exóticos”, el capítulo de La Resurrección: Historia de la Poscrisis Argentina que dedicamos con Diego Valenzuela a pasar revista a la heterodoxia desinhibida a la hora de proponer soluciones a la crisis. Como relatamos en el libro, “a principios de 2002, cuando se presagiaba la desaparición del peso y del sistema bancario doméstico, viejas y nuevas ideas se sumaron a la discusión poscrisis, la mayoría de ellas unidas por un denominador común: la casi total ausencia de precedentes o referencias en la historia económica mundial…Entre estas, sin duda las que generaron más atención fueron las que se centraron en la estabilización monetaria (por ejemplo, la dolarización oficial) y el sistema financiero (por ejemplo, la banca narrow).”

¿En qué consistía la dolarización? “Técnicamente, en la sustitución de los billetes y monedas en circulación por billetes y monedas estadounidenses. Ubiquémonos en el 10 de enero de 2002, cuando la base monetaria (el circulante más los depósitos de los bancos en el Banco Central) alcanzaba los 12.048 millones de pesos, y las reservas (luego de descontar los depósitos en dólares de los bancos comerciales en el B.C.R.A.) sumaban 8.876 millones de dólares. La dolarización, en su versión más primaria, habría implicado la compra de los pesos con los dólares de las reservas. La paridad peso-dólar resultante habría surgido de dividir 12.048 millones de pesos por 8.876 millones de dólares: 1,36 pesos por dólar. Si las autoridades hubieran optado por guardarse un puñado de divisas para el caso de que algún banco necesitara una ayuda temporaria (un redescuento en dólares), la paridad habría sido ligeramente mayor –pero aún cercana–al mágico 1,40 que guió la pesificación de depósitos y el inicio de la flotación.”

“Para los que pensaban la convertibilidad como un camino de ida, la dolarización era la consecuencia natural que ponía fin a las molestos episodios de stress financiero fruto de la credibilidad imperfecta del régimen vigente. Para aquellos que, como Cavallo, concebían la convertibilidad como un esquema transitorio de estabilización de precios, la dolarización representaba la perversión del sistema, la confusión del medio con el fin. Lo mismo representaba para sus detractores, que veían en la dolarización la profundización de los defectos de la caja de conversión.” La dolarización tuvo promotores de prestigio: el economista de Harvard Robert Barro, tras declarar que el viejo Cavallo de la convertibilidad era “uno de mis héroes”, se lamentaba que nuevo Cavallo ensayara una salida tibia de la Convertibilidad con su “canasta de monedas” (otra invención para agregar al Hall of Fame a lista de excentricidades), expresando su deseo de que “recapacite y logre un golpe de timón en la economía argentina”, adoptando “un plan más audaz: dolarización total de la economía, sujeta a negociaciones con Estados Unidos para extender el libre comercio a la Argentina.” Tras la devaluación y pesificación de activos a principios de 2002, cuando la dolarización se volvió un destino alternativo recordado con nostalgia, sus promotores se centraron en el re-establecimiento de la caja de conversión: Nancy Birdsall, directora del Center for Strategic and International Studies, think tank de Washington, proponía “una convertibilidad ligeramente alterada” como “el menor de los males.” Y Rudiger Dornbusch, defensor de la dolarización en los 90, pedía “un nuevo plan temporario de convertibilidad –digamos, a dos pesos por dólar, simplemente porque este es el siguiente número redondo después del uno a uno” –una visión de país en la que el redondeo era del orden del 100%.

En relación al sistema bancario, “en 2002 la creencia general era que los depósitos salían (lentamente, a través de desprogramaciones del corralón y goteo del corralito) para nunca más volver […] Dos ideas se discutieron con pasión en esos días fundacionales: la banca narrow y la offshorización del sistema financiero.” La banca narrow (banca ¿“estrecha”?) “consiste esencialmente en un sistema en el que los depósitos de los particulares se invierten en activos financieros líquidos de bajo riesgo de crédito, de modo que, si por algún motivo los depositantes se presentan en masa a retirar sus ahorros, el banco puede obtener el dinero de inmediato sin necesidad de costosas liquidaciones de activos de largo plazo. […] Los depósitos se prestan por plazos superiores a los pactados por los depósitos. Así, si mañana se presentan los depositantes a exigir su dinero, el banco no está en condiciones de pagar. […] No así en la banca narrow: los fondos se invierten, por ejemplo, en títulos del Tesoro americano, que el banco vende sin pérdida al momento de devolver los depósitos. No más corridas. No más descalce de moneda. No más crédito. En efecto, el problema fundamental de la banca narrow es que, como su nombre sugiere, es demasiado estrecha. Como indicaba Raghuram Rajan, en un trabajo académico años antes de ser nombrado economista jefe del FMI, ‘al partir los bancos en compañías financieras y fondos de activos líquidos (la llamada propuesta de banca narrow), nos arriesgamos a tirar al bebé con el agua de la bañera’ ”.

“Tal vez, la propuesta que quedará en los registros históricos como el pináculo del enfoque experimental con el que se miraba desde el exterior a la desahuciada Argentina de principios de 2002, es la que formularán los economistas del MIT Rudiger Dornbusch y Ricardo Caballero en una columna de opinión en el Financial Times del 8 de marzo: Argentina es como Europa en los primeros 1920s, es tiempo de soluciones radicales. Argentina debe ceder transitoriamente su soberanía sobre todos sus asuntos financieros.’ El modelo: La Liga de las Naciones tras el final de la segunda guerra mundial, que impuso a los países derrotados un Comisionado General extranjero residente encargado de firmar cada factura de gasto, de supervisar al banco central y de monitorear el avance de la reforma.”

“El 6 de marzo, el Financial Times anticipaba el tono de la editorial de Caballero y Dornbusch con un artículo titulado No se puede confiar en Argentina, en donde comparaba la situación local con la de las economías europeas en los primeros años 20, previos a las hiperinflaciones. Y adelantándose un año a sus colegas foráneos, el 5 de febrero de 2001, un dúo de consultores locales, en una nota en Ámbito Financiero titulada Falta un blindaje contra políticos poco capacitados, ya proponían una versión local, más moderada, del protectorado: un ‘blindaje institucional para eliminar cualquier chance de que políticos y economistas incapacitados o ineficientes puedan seguir pegando bandazos en materia de políticas públicas que pongan en jaque todo un país....Un camino posible será un acuerdo con el gobierno de Estados Unidos’ ”.

Si la debacle de 2001/2002 exacerbó el vale todo de propuestas fundacionales, la historia argentina reciente nos ofrece experimentos económicos tanto antes como después de la crisis. Como me recuerda Mario Damill en una charla sobre la memoria selectiva, pocos recuerdan que en diciembre de 1989, a meses de asumir Carlos Menem, una corrida cambiaria puso fin al llamado plan Bunge y Born y por varios meses las tasas de inflación fueron de dos dígitos y crecientes (a partir de marzo de 1990 la espiral se detuvo pero en un nivel alto: la inflación promedio mensual para el resto del año fue de 11%) y que en enero de 1991 hubo otra corrida cambiaria que se cobró al entonces ministro Érman González, antecesor de Cavallo. En ese marco, la convertibilidad –que, gracias a la efímera celebridad de la versión argentina, fue fugazmente asimilada a la ortodoxia económica– fue también una muestra de desesperada heterodoxia, cuyo único precedente al momento era la atípica isla de Hong Kong, colonia y centro financiero internacional. Por eso no sorprende que en su nacimiento la convertibilidad fuera saludada con escepticismo por el FMI y los economistas del mainstream –algunos de los cuales, como Dornbusch, se convertiría en entusiastas corredores de la idea.

Domingo Cavallo, comúnmente estigmatizado como “ortodoxo” y “neoliberal” (cualquiera sea el sentido de estos términos) no regaló varias otras heterodoxias en la vorágine de 2001; entre ellas, la ya mencionada convertibilidad a una “canasta de monedas” (50% dólar y 50% euro) y los planes de competitividad. Otras, adoptadas bajo su gestión, fueron importadas, de Brasil (el impuesto a las transacciones financieras) o de Washington (la reconversión del sistema previsional estatal a uno de fondos de pensión, un experimento en el que nos acompañaron varias economías de la región…y ninguna economía desarrollada).

¿Y qué decir de las cuasi monedas como el Patacón o el Lecop, aquellas invenciones colectivas destinadas a burlar el yugo sobre la emisión monetaria impuesto por la convertibilidad, poniendo en evidencia los límites prácticos de atarse al mástil cuando el barco se hunde?

La gestión de la post convertibilidad no ha escatimado ingenio para resolver problemas tradicionales como la inflación o el pago de la deuda de modo no tradicional. Desde los "planes para todos” –que, de la mano de Guillermo Moreno, subsidiaron la carne, el pescado, el cerdo, los lácteos y las verduras y, con la marca NYP (Nacional y Popular), la ropa –hasta la ya clásica suspensión de la convertibilidad de la moneda (el cepo), pasando por el cierre de exportaciones para aumentar la oferta y bajar el precio (a expensas de una menor oferta y un mayor precio en el futuro, como testeamos con la carne y, ahora, con el trigo) o la electrónica fueguina (sin impacto en el intercambio de dólares ni en la generación de valor, pero onerosa en términos fiscales).

De todos estos prototipos en tamaño real, el último –y a simple vista el más curioso– es el CEDIN, uno de los instrumentos para blanquear dólares no registrados, a priori con dos fines: alimentar las menguantes reservas y estimular el catatónico mercado inmobiliario. Un problema con el CEDIN (que delata su naturaleza de trabajo práctico grupal) es que estos dos objetivos se contraponen: si se usa en una transacción inmobiliaria, queda aplicado y probablemente se canjee por dólares, cancelando en incremento en las reservas. Es decir que, si el CEDIN sirve para una cosa, no sirve para la otra.

Las sucesivas extensiones de los usos del CEDIN (en el que algunos han querido ver una suerte de cuasi moneda con vencimiento inmediato, a diferencia de las de 2001 que vencían al año) revelan una esmerada improvisación. Pero, despojado de la confusión normativa y el voluntarismo retórico, el CEDIN no es más que un híbrido entre lo que pretendía ser (una venta futura de dólares para calmar al blue, como sí lo sería el otro bono blanqueador, el BAADE, si no sufriera la competencia del CEDIN) y un plan ProCreAr (la canalización de fondos frescos a un sector deprimido a expensas de un subsidio fiscal).

Y, así como los ya mencionados planes de competitividad fueron demasiado poco demasiado tarde para revertir el colapso de la demanda, el CEDIN no sustituye la falta de activos de ahorro en pesos que está en el origen de la corrida y el cepo; de hecho, en el caso improbable de que el CEDIN se usara para transacciones cotidianas como se ilusiona el gobierno, esta sustitución de moneda induciría una menor demanda de pesos y una mayor inflación.


¿Será el CEDIN el último capítulo de esta saga de remedios exóticos, reflejo de nuestra propensión a renegar de lecciones ajenas y a reinventar la rueda para resolver problemas ya resueltos?

miércoles, 17 de julio de 2013

Tasas Chinas 2.19: La mafia política

Les dejo el audio del Tasas Chinas de ayer, acá y acá. Berger sobre arte político, Diego Grillo Trubba sobre la mafia política y un playlist casamentero: Hadouk trio, Queen, Goran Bregovic, Don Byron, Kate Bush, Yeah yeah yeahs, Frank Ocean, Regina Spektor, David Bowie, y CSNY.

lunes, 15 de julio de 2013

Tasas Chinas en Perfil # 11: El nuevo consenso

(Publicada el 14 de julio en Diario Perfil)

La era del yuyo está pariendo un nuevo consenso económico.

El nuevo consenso nos dice que en estos once años de post convertibilidad (que en 2015 tendrá su bar mitzvá) se han hecho cosas buenas y cosas malas. Del lado bueno, la mejora del ingreso (la recuperación del empleo y el salario, las asignaciones por hijo y la moratoria previsional) y el alto crecimiento. Del lado malo, la manipulación de la inflación, la inflación, el cepo y el bajo crecimiento. El nuevo consenso nos dice que con confianza es posible alejarnos del lado malo y regresar al lado bueno sin mucho sacrificio. El sacrificio, se sabe, es piantavotos.

El nuevo consenso es desarrollista, nacional y popular, como lo somos todos. Añora los primeros años de la poscrisis cuando todo mejoraba visiblemente, después de haber tocado fondo. Nos dice que es posible reversionar aquél milagro con más inversión y más productividad, más industria y más campo, más protección y menos impuestos. El nuevo consenso es panglosiano.

El nuevo consenso prefiere no indagar por ahora en las relaciones causales –esos oscuros pasadizos contables– entre el lado bueno y el lado malo. Entre el gasto público y el uso de reservas (que bancan la inclusión social y previsional, pero también las facturas de luz subsidiada, el fútbol para todos, la industria fueguina y la aerolínea de bandera) y la inflación y el cepo (que bancan el gasto público y el uso de reservas, a expensas del crecimiento y el empleo).

¿Qué tienen en común, por ejemplo, el gas barato y el cepo?, me preguntaba el otro día un político curioso. Veamos: el gas barato (el subsidio) genera déficit fiscal; el déficit se financia con transferencias del Banco Central; el Banco Central solventa las transferencias con emisión de pesos (consistente con una inflación del 25% o más) o con emisión de deuda (LEBAC, por la que prefiere no pagar más del 15%); este mix de 15% de tasa y 25% de inflación hace perder ahorros al ahorrista, que se refugia en (ladrillos, ruedas, oro, bitcoins y) dólares; el gobierno, que prefiere eludir el costo de competir con el ahorrista y pagar más por los divisas de los exportadores, prohíbe la compra privada de dólares.

Cinco pasos: subsidio, déficit fiscal, emisión, dolarización, cepo.

Veamos otra cadena: el gas barato estimula el consumo de gas (el síndrome de “calefacción rebajada con ventana abierta”) y reduce su oferta local; el mayor consumo y la menor oferta elevan el déficit de energía (igual al consumo menos la oferta); el déficit de energía se cubre con energía importada (varias veces más cara que la local); las importaciones de energía son pagadas con dólares que salen de las reservas; la caída de reservas ajusta el cepo.

Otra vez, cinco pasos: subsidio, déficit externo, importaciones, reservas, cepo.

¿Cuál de estas dos cadenas son ciertas? Las dos. Y podrían armarse cadenas similares para explicar la relación entre celulares fueguinos y blanqueo, o entre desendeudamiento e inquilinización de la clase media, o entre la virtuosa moratoria previsional y la menos virtuosa moratoria en los pagos de sentencias previsionales.

La moraleja es a la vez simple y compleja: con recursos limitados, para resolver los síntomas habrá que desandar con cuidado la cadena de origen, lo que muchas veces exige modificar eslabones que los votantes ignoran o dan por sentados; es decir, habrá que pagar un costo político hoy para cosechar en el futuro.

¿Cómo explicar todo esto sin ser los aguafiestas de la bonanza?

El nuevo consenso nos tranquiliza, pero nos deja una duda de esas que vuelven como una mosca en la cama: ¿En qué momento de la gesta proselitista –cuánto antes de que se nos agote el saldo en la cuenta– nos confesarán que hemos estado viviendo más allá de nuestras posibilidades?

Históricamente, en la Argentina, la disociación entre expectativas y posibilidades fue “resuelta” por la crisis, la emergencia nacional que justifica reformas y transferencias arbitrarias y muchas veces indeseadas que en otra situación serían resistidas. El desafío del nuevo consenso es solucionar esta disociación en un marco de esperanzada normalidad.



martes, 2 de julio de 2013

Tasas Chinas 2.18: El diálogo


Les dejo el audio del programa de hoy, acá y acá. Dialogamos con Pablo Avelluto sobre la industria editorial y sobre El Diálogo, documental que registra el diálogo entre Graciela Fernández Meijide y Hécor Leis, que Pablo ideó y produjo. Soundtrack de covers, aquí.

lunes, 1 de julio de 2013

Verde esperanza

Hoy que la Argentina, laboratorio de políticas económicas exóticas, inaugura un nuevo experimento monetario (el CEDIN, condenado a alimentar la literatura periodística y académica), es un buen momento para releer el capítulo 6 de La Resurrección (recientemente reeditado por Eudeba) donde discurríamos precisamente sobre los remedios exóticos debatidos al calor de la crisis de 2001/2002, que comienza así.

Tal vez por eso de que problemas extremos justifican soluciones extremas, los países en desarrollo han despertado entre los economistas una creatividad que en economías desarrolladas pasarían por expresiones minoritarias o risueñas –o peor, peligrosamente radicales-. Pensadores de economías avanzadas se desquitan de tanta desarrollada monotonía despachándose con soluciones innovadoras –y nunca antes ensayadas– para eliminar las corridas cambiarias, incrementar los ingresos fiscales o inmunizar al subdesarrollado sistema financiero. 
Algunas de estas propuestas, no pasan de ser una fugaz nota de color de la sección económica de los diarios. Otras, más fundamentadas –o elaboradas por profesionales más notorios– generan debates de largo aliento y hasta pueden llegar a ser puestas en práctica. Ejemplos salientes de este tipo son la reconversión del sistema previsional estatal a uno de fondos de pensión, suscripta por las mayores economías latinoamericanas pero ignorada o rechazada por las economías industriales donde el déficit del sistema suele ser mayor, o la Convertibilidad que, gracias a la efímera celebridad de la versión argentina, fue emulada por, al menos, tres países del este europeo: Bulgaria, Lituania y Letonia. 

Previsiblemente, la oferta de soluciones fundacionales se incrementa en momentos de desesperación, cuando la sensación de fin de época lleva a muchos, ante el inevitable fin de las instituciones económicas y políticas tal como las conocemos, a avanzar en el diseño de las nuevas instituciones que, va de suyo, deberán ser no sólo más resistentes sino radicalmente distintas.

Así, a principios de 2002, cuando se presagiaba la desaparición del peso y del sistema bancario doméstico, viejas y nuevas ideas se sumaron a la discusión poscrisis, la mayoría de ellas unidas por un denominador común: la casi total ausencia de precedentes o referencias en la historia económica mundial. Afortunadamente, ni el peso ni los bancos desaparecieron, y esta tendencia a la experimentación no se materializó en la práctica. Sin embargo, no está de más repasar brevemente los detalles y fundamentos (las verdades y mitos) detrás de algunos de estos mini-planes para caracterizar el debate económico en momentos en los que el país se debatía contra los efectos de la crisis de 2001.