lunes, 28 de octubre de 2013

Progresismos

(Publicada el 27 de octubre de 2013 en Diario Perfil)

“El progresismo tiende a ser identificado con la lucha por las libertades individuales y homologado al concepto liberal”, dice ese Libro Gordo de Petete 2.0 que es la Wikipedia.

Desde su origen iluminista –que asociaba el Progreso al progreso de la condición humana– pasando por su versión postindustrial –que enfatizaba el rol del Estado para corregir la inequidad del capitalismo salvaje– el término fue adoptado por el regulacionismo conservador de Disraeli, el antiimperialismo americano de Woodrow Wilson, el liberalismo social australiano o la nueva izquierda europea. Extrayendo el menor común denominador de esta enumeración variopinta, podríamos decir que el progresismo socioeconómico, opuesto al status quo (conservado por el conservadurismo) promueve una visión moderna, humanista y superadora del capitalismo. Para usar un argentinismo electoral, rescata todo lo bueno y rechaza todo lo malo. El progresista desea, como Arthur al final del Picnic Extraterrestre: “¡Felicidad gratuita para todos!”

Pero el progresismo es en la práctica mucho más que la épica Prozac a la que nos tienen acostumbrados los esmerados concursantes al Miss Política. Por ejemplo: los economistas, con su obsesión por la distribución de las tareas, tienden a pensar el desarrollo en dos movimientos, uno en el que se produce valor y otro en el que (el Estado) lo distribuye, tratando de que el segundo ni inhiba ni se someta al primero. En este mundo playmobil, un conservador priorizaría la producción y un progresista la distribución (de ahí su preferencia por un Estado fuerte, que a veces confunde con un Estado con sobrepeso). En el medio hay muchos matices, claro, pero no todo es lo mismo.

Gugleando “progresismo” salta en tercer lugar un texto de Sebastián Etchemendy publicado en El Dipló (esa meca progrevintage) titulado “Contra el Progresismo Liberal”, donde SE señala que el progresismo liberal combina aspectos de izquierda (el cuestionamiento a los poderes económicos y a la represión estatal) y de tradición liberal (la denuncia contra la concentración de poder presidencial y sus implicaciones: la marginación del Congreso y de las provincias). El autor no oculta su desconfianza de los frenos y contrapesos al Estado, que ve, como otros antes que él, como guardianes del status quo. Dice: “la ampliación de derechos sociales generalmente va desde Ejecutivos fuertes hacia el Congreso y el Poder Judicial, y desde el poder estatal central a las periferias federales, y no al revés.” Así, se justifica la deriva del progresismo latinoamericano a un populismo de capacidades democráticas diferentes. Así, 300 años después del liberalismo social de John Locke, la expresión progresismo liberal se vuelve casi un oxímoron.

No tiene sentido ahondar en la disquisición retórica entre izquierda y derecha que atraviesa esta versión autóctona del progresismo. Después de todo, la derecha no existe –o si existe, es un hijo indeseado que nadie viene a reclamar. Además, el término, se sabe, proviene de la ubicación en la Asamblea Constituyente francesa de 1789 de aquellos que, para la nueva Constitución, apoyaban el poder de veto absoluto del Rey (por oposición a un veto sólo temporal). Podríamos decir entonces que la derecha es, históricamente, prima lejana del hiperpresidencialismo, del Congreso como escribanía y de la eterna emergencia económica –lo que confundiría innecesariamente la topología local de un debate ya confuso.

Pero sí cabe rescatar al descuartizado progresismo. Así como una histérica en Freud es una mujer que sufre parálisis somáticas y en Villa Freud es una mujer amable e indiferente, el progresismo puede ser en algunos países la provisión de bienes y servicios públicos para igualar el bienestar y las oportunidades de los ciudadanos, y en otros (para usar la expresión de Noriega y Raffo en su libro “Progresismo”) un mero malentendido.

Hace diez días, en una cena del coloquio de IDEA, le preguntaron al orador, el inglés Jim Robinson, qué pensaba de la creciente popularidad de la responsabilidad social empresaria. Jim, profesor de Harvard y coautor del best seller “Por qué fracasan las naciones”, respondió que la responsabilidad empresaria era generar valor y cumplir con las reglas (tributarias, laborales, comerciales, ambientales) y que la distribución equitativa de este valor (¿lo “social”?) era la responsabilidad del Estado. Esa también es una versión del progresismo.

miércoles, 23 de octubre de 2013

Tasas chinas 2.32: Responsabilidad social

Acá, el audio del programa de ayer. Invitado: Eduardo Amadeo. Tema: Responsabilidad social empresaria, Congreso estéril, Massismo temprano.

Soundtrack: Yo la tengo, Moby, Chemical Brothers, David Bowie, Violent Femmes, Lauryn Hill, entre otros.

jueves, 17 de octubre de 2013

Tasas Chinas 2.31: Progresismos

Audio del programa del martes 8, acá: Gustavo Noriega sobre su libro "Progresismo: El Octavo Pasajero" (escrito con Huili Raffo), sobre progresismo, y sobre cine. Más un soundtrack de progresista soul americano: Bill Withers, Isley Brothers, Aretha Frankiln, Quantic & Alice Russell, Isaac Hayes y Al Green, entre otros.

domingo, 13 de octubre de 2013

Tasas Chinas 2.30: Educación, expectativas y desarrollo.

Audio del Tasas Chinas del martes 8 de octubre. Invitado: Juan José Llach. Tema: La educación perdida, las expectativas infladas y la agenda huérfana del desarrollo.

Playlist: Chicha Libre, Violent Femmes, Cinematic Orchastra, Opa, Spoon, Molotov, Cat Stevens, etc.

martes, 1 de octubre de 2013

Tasas Chinas 2.29: Vidrios rotos

Audio del programa del 1 de octubre (con una larga y variada entrevista a Ernesto Sanz) y playlist (Theo Parrish, Neko Case, Yoko Ono, Janelle Monae & Esperanza Spalding, Arctic Monkeys, Pink Martini, John Legend y Emiliana Torrini, entre otros), todo en uno, acá.

Acá abajo, parte de la intro:

Ayer, a la salida de un festival de jazz solidario que organizó el amigo Martín Kanenguiser, encontré mi auto con el vidrio del acompañante astillado. Adentro no faltaba nada porque no había nada que pudiera faltar. El único botín, y posiblemente el imán que atrajo a los compañeros que me troquelaron el vidrio, fue una caja grande de cartón que había dejado a la vista en el asiento de atrás. Imagino la desazón de los ladrones al abrir la caja y encontrar los ejemplares de mi nueva novela, que la editorial me había entregado para que entregara a los amigos, que ahora podrán adquirirla en locales de Warnes a precio de saldo. O tal vez no. Tal vez la lean, como premio consuelo, y la regalen a sus amigos y familiares, y un buen día me cruce con uno de ellos y me reconozca y me diga: leí tu novela, me la dio el tipo que te choreó el auto. Está buena. Buen papel. Múltiples usos. Quema bien.

Cuando la vida te roba, a veces tenés que robar vos para recuperar, dice Liesel Memimger, la protagonista de El Ladrón de Libros, una novela sobre una adolescente judía que roba libros para regalarlos, en los años del holocausto.

La novela la presentamos el viernes 11 en Eterna Cadencia junto a Luis Chitarroni, Santiago Llach y la doctora Karina Galperín. Si alguno de los muchachos que hurtaron la caja se quiere acercar al local, con gusto se las dedico.