jueves, 29 de agosto de 2013

Tasas Chinas 2.25: Seven up

Audio del Tasas Chinas del martes pasado, acá y acá. Invitados: Lucas Llach, Ivan Petrella y el @Coronel Gonorrea, hablando de la determinación social, el tape de Mariano Recalde, la vida del tuitero fuera de twitter, entre otra cosas. Karina Galperín cierra con otra de sus traducciones de poemas de Whitman. Playlist: Julia Holter, Beck, Gogol Bordello, Kenkelé, Lula Pena y Julee Cruise, entre otros. 

miércoles, 21 de agosto de 2013

Tasas Chinas 2.24: El pararrayos de Moreno

Audio del programa de ayer, en dos partes: una y dos. Lacunza sobre errores económicos de ayer y de hoy, Fara sobre la política después de octubre y Galperín sobre los diarios de Susan Sontag. Playlist: Nouvelle vague, Lila Downs, Danger Mouse & Daniele Luppi, Sergent García, Roberto Rodríguez, Yeska, Holly Cole, The Bees, Brigitte Bardot, PFM et al.

Acá abajo, la intro del programa:

El gran derrotado de las PASO es el equipo económico, escribía un colega hace unos días. Se refería al club de los cinco que dio sus primeros pasos en celebrity land con el anuncio del exitoso blanqueo y que desde entonces supieron labrar una reputación basada en la comunión de criterio y en la amistad más allá de las diferencias. El gran derrotado de las PASO es el equipo económico, decía el colega, y seguramente asentían los abogados que toman las decisiones que firma el equipo económico. No fue Alfonsín, fueron Sourrouille y Machinea. No fue Menem, fueron Cavallo y Roque. No fueron De la Rúa y Chacho, fueron Machinea y Cavallo. No son Néstor y Cristina, son Moreno y Marcó del Pont. (Lorenzino y Echegaray están protegidos: también son abogados.) Las implicaciones de la premisa de mi colega son claras, incluso alentadoras: es fácil retomar el rumbo virtuoso de la revolución productiva y la soberanía económica y energética. Basta con echar a Moreno. Hasta el gobierno podría simplificar su campaña prometiendo echar a Moreno si los votan. El fracaso del país como metáfora del fracaso de Moreno.

Moreno funciona como pararrayos de la opinión pública, me decía una colega. En un acto de prestidigitación, detrás de la inflación ya no vemos la mano manipuladora de Néstor ni la lengua relatora de Alberto ni la indiferencia monetaria de Martín, sino la facha abigotada de Guillermo. Detrás del cepo ya no están las inconsistencias del modelo del kirchnerismo feliz ni la obsecación stajanovista del cristinismo, siempre al borde del ataque de nervios, sino la insistencia persecutoria del ladero temible y absurdo. Pero n
o hacen falta muchos clics para enterarse de que Moreno apenas se limitó, como siempre, a persuadir a bancos y corporaciones de las bondades de las ideas de sus soberanos. Si mañana él (o cualquiera de los cinco) recibiera un golpe en la cabeza y comprendiera la magnitud de sus desatinos y se presentara ante la soberana con una lista de cambios, tendría que irse. ¿Retener a Moreno como asesor técnico? ¿En qué cabeza cabe?
Es probable que en octubre, tras la derrota, cambie el elenco económico. Pero es improbable que cambien las políticas. Aprenderemos a bardear al economista que venga, el nuevo culpable de todo. Y a excusar a los incombustibles abogados.
Se impone una defensa corporativa: medida de fuerza y movilización de economistas, trabajo a reglamento y riguroso rechazo a jugarla de mensajero en una economía de guerra. Echemos a Moreno y no pongamos a nadie. Después de todo los economistas no sólo son charlatanes que no predicen nada sino que son los padres de todas las crisis y las madres de todos los desencantos. A partir de ahora, economistas a la política y abogados a los ministerios. Nosotros pensamos en qué gastar el dinero y nos sacamos fotos entregando netbooks y besando chicos abrazados a Zamba en Telgópolis. Que la fiesta la pague otro.

domingo, 18 de agosto de 2013

Tasas Chinas en Peril: Política new age

(La intro del programa del miércoles, publicada el 18 de agosto en Diario Perfil.)

En 2011, un asesor de campaña recomendó, primero a Macri y luego a Del Sel, abstenerse de mencionar programas o propuestas, para concentrarse en la imagen y en mensajes genéricos, positivos. Cuando el Midachi quiso mostrar en televisión un libro blanco, esmeradamente compaginado por su asesor técnico para la campaña, el gurú lo instruyó: “ponelo sobre la mesa, mostralo, pero no lo abras”. El gurú solía encandilar políticos citando un estudio de la Universidad de Nueva York: a un grupo de estudiantes de ciencias políticas se les muestra una sucesión de pares de candidatos de elecciones legislativas (realizadas en otros estados, para evitar la familiaridad previa) y se les pregunta, sin más datos, cuál les parece “más competente”. Según el estudio, en un 70% de los casos las elecciones de los estudiantes coincidieron con el resultado de las elecciones reales (mayor al 50% esperable si los estudiantes respondieran al voleo). El gurú concluía que una elección la decide la imagen. Para peor, decía, de esa imagen lo esencial son las “microexpresiones”, esas pequeñas señas gestuales o posturales que el candidato exhibe al expresarse frente a una cámara, y que generan simpatía o rechazo en el votante.

En términos técnicos: Cara mata programa.

Hace unas semanas, un politólogo comentaba que el 70% de los votantes no ve programas políticos ni lee columnas políticas ni discute política. Como el hombre de la calle de Jaime Roos que “en medio del discurso, corre cambia bruscamente el dial”. ¿Cómo se vende un político a este 70% de los votantes? Con grandes sonrisas fotográficas, slogans sin palabras esdrújulas, escándalos mediáticos y tinellismos varios. Media hora de entrevista con Fantino cotiza, según sea al paquete, entre 50 y 100 mil pesos. Un minuto de publicidad en el cable cuesta 20 mil pesos. Está claro que Fantino es una ganga: en un futuro todos los candidatos desfilarán por programas de variedades y todos los periodistas de variedades preguntaran cosas como “¿te ves con tus amigos de la infancia?”

Menos periodismo político, más infomercial.

De acuerdo al manual, el político junta votos según el ciclo electoral, cada dos o cuatro o seis años, y el partido y el Congreso se aseguran de que el político no apueste todo: el partido, el capital político y el país, cada dos o cuatro o seis años. Y de vez en cuando, milagrosamente, aparece un estadista, un humanista que apuesta al futuro y a su propia trascendencia en vida. Por estos pagos no tenemos muchos humanistas, la mayoría son consumistas voraces amantes de la velocidad y el riesgo del poder. Y tampoco tenemos mucho partido ni mucho Congreso, lo que nos hacen pendular peligrosamente entre modas antagónicas, desfiladas por el mismo elenco incombustible ante un público amnésico.

Este año se estila el new age. Aceptar lo bueno y rechazar lo malo, terminar con el antagonismo y abrirse al diálogo. El político new age nos cuenta que la veníamos rompiendo hasta que hace poco llegó Moreno, que basta con hablar en inglés para que lluevan dólares, que con alegría y buena voluntad vienen el desarrollo, la igualdad y la paz mundial, que a la inflación, la inseguridad y el desempleo se los combate con los programas de ese libro blanco que deja sin abrir sobre la mesa del programa de Fantino. Una vez convencidos de todo esto, cuando salgamos a la calle a la fiesta new age para celebrar la victoria del político new age, ¿alguien tendrá el coraje de decirnos la verdad? “Si decía lo que iba a hacer no me votaba nadie”, confesaba un ex presidente hace unos años. ¿Es cierto eso? ¿Será que no podemos dormir sin la pastilla? ¿Preferimos que el candidato se enderece la corbata y nos cante al oído a que sea autocrítico y preciso?

El político new age no es un estafador ni un accidente ni la semilla del fin de la política sino una creación colectiva, un emergente de sus votantes, la proyección de nuestros temores y deseos. El new age es lo que se vota en la antesala del postkirchnerismo, lo que votamos al borde de un ataque de nervios. El político new age sólo junta sus votos cuidándose de que no nos suba la presión.

sábado, 17 de agosto de 2013

Notas para el debate sobre el impuesto a las ganancias

Según me informa Luciana Díaz Frers de CIPPEC, sólo este año entraron al Congreso 12 proyectos por Diputados y 6 por Senadores para modificar aspectos del impuesto a las ganancias (con paciencia, se pueden consultar acá). Esto sin contar algunos proyectos en preparación como el recientemente anunciado por Sergio Massa.

El tema está de moda, sobre todo en su versión "enroque de impuestos": actualización del mínimo no imponible y de la escala del monotributo, fondeada con la eliminación de exclusiones como la de la renta financiera. Así planteada, sin embargo, la propuesta tiene más de expresión de deseos que de iniciativa viable.

Por el lado de ganancias (más allá de la discusión bizantina sobre si el salario es o no ganancia: está claro que un salario mínimo de subsistencia no lo es y que un salario de 150 mil pesos por mes sí), urge establecer una esquema de actualización del mínimo no imponible (MNI) y de toda la escala de ganancias y monotributo para compensar la inflación (como en otros países, donde la actualizaciòn es menos frecuente porque hay menos inflación). ¿De cuánto estamos hablando en términos de menor recaudación? Según estimó Luciano Cohan (ELYPSIS) en enero de este año, sólo la actualización del MNI al 25% promedio de las paritarias de 2012 el gobierno habría resignado ese mismo año cerca de 4500 millones de pesos, un número que sería mayor si se recuperara todo el atraso y se actualizara toda la escala (actualizaciones previas limitadas al MNI han achatado la escala y reducido la progresividad del impuesto) y sería aún mayor en pesos de hoy, por efecto de la inflación.

El problema del enroque de impuestos es que el impuesto a la renta financiera difícilmente recaude lo que se pierde de ganancias por la actualización.

Por un lado, cobrar ganancias sobre la renta de títulos públicos es dispararse en el pié: dado que el inversor arbitra el rendimiento neto de impuesto de estos títulos con el de otras inversiones, terminaría exigiendo más interés a los bonos para compensar el impuesto, con lo que el gobierno pagaría por un lado lo que recauda por el otro (razón por la cual los renta de los títulos públicos no suele estar gravada).

Y sin los títulos públicos queda poco para recaudar con el nuevo impuesto: según cálculos oficiales, lo que se pierde por no gravar la renta financiera restante estaría cerca de los 3 mil millones de pesos, con lo que el impuesto (aún en el improbable caso de que se cobre en su totalidad) cubriría sólo una fracción de los más de 4500 millones de pesos mencionados. Esto sin contar con que cobrar ganancias a los depósitos a plazo fijo (que explican gran parte de la renta financiera) haría aún más negativa la tasa de interés que perciben los ahorristas en pesos, incentivando la dolarización o frozando a los bancos a elevar las tasas. (De hecho, hablar de renta financiera para referirse al rendimiento de un intrumento que paga menos que la inflación es tan debatible como cobrar ganancias sin ajustes por inflación.)

En resumen, tanto la actualización de ganancias como la inclusión de la renta financiera son razonables (y, al menos en el primer caso, necesaria). Pero habría que hacer bien los números de su financiamiento para que alguno de los muchos proyectos en danza sea más que un recurso mediático.

miércoles, 14 de agosto de 2013

Tasas Chinas 2.23: Política New Age

Audio del programa de ayer, acá y acá. Alejandro Catterberg y la autopsia de las PASO, Alejandro Bonvecchi sobre el no peronismo y Miguel Peirano sobre la economía que nos espera después de octubre. Como broche de oro, Galperín recita Walt Whitman traducido al argentino. Playlist: Aphex Twin, Dean Martin, Billie Holiday, Ella Fitzgerald, Bryan Ferry, Annie Ross, Gabin, Dimitri from Paris, Henri Salvador, Mina, Birkin & Gainsbourg, His name is alive, Yves Montand.

miércoles, 7 de agosto de 2013

Tasas Chinas 2.22: Vos también estabas verde

Audio del programa de ayer, acá y acá. Alejandro Bercovich y Alejando Rebossio hablando sobre la obsesión argentina con el dólar (y la obsesión del dólar con Argentina) y de su libro Estoy verde. Sobre el final, la doctora Galperín les dedica un poema de Whitman. Playlist: Yo la tengo, The The, Charly García, Roots of Chicha, Willy Moon, UI, Axel Krieger, Dean & Britta.

sábado, 3 de agosto de 2013

La ilusión de las nuevas clases medias

(Publicada el 3 de agosto de 2013 en Diario Perfil)

Hace unos días un distinguido colega bolivariano exiliado en Harvard me preguntaba qué opinaba de “las nuevas clases medias globales”, por llamar de algún modo al fenómeno de los millones de hogares del mundo en desarrollo que, fruto de las políticas sociales y del crecimiento de los 2000, subieron un escalón en la tabla de posiciones del ingreso. Tal vez en ningún lugar del mundo este fenómeno ha sido tan visible y tan estudiado como en América latina, incluyendo un exhaustivo y ampliamente citado trabajo del Banco Mundial.

Mi primera reacción es, naturalmente, positiva: la nueva clase media es el reflejo de la reducción de la pobreza, medidas ambas sobre la base de los niveles de ingreso, fundamentalmente laboral, o de transferencias como las asignaciones o la jubilación.

Mi segunda reacción es de cautela: conocemos sólo los ingresos de las familias (no sus ahorros) y muchos de estos ingresos son la contracara del gasto público. Si hoy consumo el aumento de ingreso (es decir, si no ahorro) y mañana mi ingreso cae (porque el país y el empleo y el salario real crecen menos, o porque las transferencias suben menos que la inflación) vuelvo a la pobreza. Y si el aumento de ingreso me permite endeudarme con el banco o el vendedor que antes no me fiaba (es decir, si consumo más que mi ingreso) puedo acabar más pobre que al comienzo. Para salir de la pobreza hay que generar riqueza, y no tenemos datos de riqueza.

Por otro lado, el gasto público asociado con las transferencias no siempre es sostenible. Por ejemplo, casi todos los sistemas previsionales de la región (y del resto del mundo) son deficitarios: los aportes de los trabajadores registrados no cubren los beneficios, y pocos países ahorran fondos para cubrir este agujero. En algún momento, alguien pagará esta cuenta invisible. Así, las nuevas clases medias podrían ser tan vulnerables (es decir, efímeras) como los milagros económicos de sus países de origen. ¿Cuánto quedaría de la clase media brasileña si, con la reversión del ciclo económico, subiera el desempleo o el gobierno se quedara sin aliento y retrasara transferencias y jubilaciones?

Mi tercera reacción es de escepticismo, como ante cualquier festejo epidérmico y prematuro. La clase media se mide en dinero, pero el dinero no hace a la felicidad. El bienestar social (la cartera de consumos de los hogares) está en gran medida compuesto por bienes públicos. El trabajador que ahora tiene mayor poder de compra es el mismo que viaja todos los días dos horas como sardina exponiéndose a la inseguridad urbana y ferroviaria, el mismo que paga la cuota del colegio parroquial para eludir los paros o el deterioro edilicio, o la prepaga para evitar el racionamiento en el sistema de salud pública.

Cuando el problema básico de ingreso se soluciona, uno advierte el resto de los problemas (sólo cuando se accede a algo se aprecia su calidad). Y entonces nota que ahora consume más bienes privados pero menos (o peores) bienes públicos –y sale a la calle a protestar–. ¿Cuánto mejoró realmente la calidad de vida del trabajador urbano en Brasil?
Menos obvia es la conexión entre ambos lados de esta moneda. El déficit de bienes públicos es, en algún sentido, el reverso del boom de las clases medias: el gasto público que sostiene el ingreso privado con subsidios y transferencias limita la inversión pública en servicios.

¿Cómo se reconcilia este contraste entre ingreso y calidad de vida? Como decía mi colega bolivariano, una “sociedad de clase media” es aquella donde el estándar de vida es elevado por la calidad de los bienes públicos. Los bienes públicos sostienen e igualan. ¿Por qué si no en Europa, aun con salarios modestos, se vive mejor? ¿Por qué, aun con la crisis terminal del Mediterráneo, están tan lejos de nuestras penurias de 2002?

Dado que el incremento de salario mínimo o de la transferencia es del gobierno, que lo da, mientras que el deterioro de los bienes públicos es lento y difuso (no es de nadie en particular), es fácil entender que el político cortoplacista priorice lo primero a expensas de lo segundo. Ahora que las demandas están a flor de piel, ¿algún político tendrá el coraje de explicarle al votante que para tener mejor educación y transporte en el futuro es preciso ahorrar más en el presente?