(Publicado en Bastión Digital el lunes 18 de noviembre de 2013)
“¿Usted dice que a los demócratas no les importa el voto de los negros?”, le pregunta una mujer negra al senador Bullworth, un demócrata quemado. “¿No es obvio?”, responde Bullworth, rapeando un ataque repentino de sinceridad. “La mitad de los jóvenes negros están desempleados y la otra mitad en cana; ¿vio a algún demócrata haciendo algo al respecto? Y qué van a hacer ustedes, ¿votar republicano? No jodan. Aunque armen una marcha de mil millones de personas, si no aflojan con el trago y el pollo frito y no siguen a nadie que no sea un ex futbolista que acuchilló a su mujer, nunca se van a librar de gente como yo.” Bullworth (1998), es el comentario de su director, Warren Beatty, sobre el primero gobierno de Clinton.
Bullworth es una variación de Bob Roberts, y Bob Roberts es una versión aggiornada de Larry Rhodes, el cantante popular devenido asesor político de Un rostro en la multitud (1957) de Elia Kazan (el director que descubrió a Beatty), o de nuestro Pajarito Gómez (1965), película premonitoria de Rodolfo Kuhn (parodia del Club del Clan con canciones con letra de Paco Urondo). ¿Un artista popular devenido celebrity política? Hubo varios en las listas de octubre, y habrá aún más dentro de dos años. Hay quienes piensan que esta fusión reconecta a la política con la gente; que, transponiendo a McLuhan, las celebrities son el medio, es decir, el mensaje. De ser así, serían también la medida de la distancia (tal vez deliberada) de la política con la gente.
“Mi depiladora tiene más conciencia de sus limitaciones que las que tenés vos de ella y todos tus amigos de laboratorio de universidad privada”, me escribe una amiga. (Con onda, aclara.) “Mientras me hacía el cavado, pasó de votar a Macri, a Massa y terminó convencida de votar a Pitrola. Ella sabe que no sabe a quién votar, no es su culpa que todos le suenen igual.” Mi amiga piensa que la culpa la tienen los políticos, o los intelectuales onanistas de la política. ¿Culpa de qué? ¿De la comedia de puertas de la política vernácula? ¿De que, a la larga, cualquier político sobrevive su archivo?
“La autopersuación”, dice Ian McEwan (probablemente el mejor escritor en lengua inglesa que no será nominado al Nobel), “es un concepto muy caro a los psicólogos evolucionistas. Si vivís en grupo, como los seres humanos han hecho desde siempre, persuadir a los demás de tus propias necesidades e intereses es fundamental para tu bienestar. A veces tendrías que usar la astucia. Pero ciertamente serías más convincente si vos mismo estuvieras persuadido y no tuvieras que fingir. Este tipo de individuos autopersuadidos tendería a predominar, al igual que sus genes.”
En los 90 Boris Yeltsin, presidente ruso inepto, corrupto y alcohólico, ante cada crisis propia solía fustigar públicamente contra sus ministros. Echarlos era otra historia: los problemas permanecían, delatando el error de atribución.
Hasta ahora, la novedad post-elección parecería ser la coincidencia de kirchneristas de variadas cosechas en que la culpa del déficit de Aerolíneas y los accidentes ferroviarios, del letargo de Vaca Muerta y la desmaterialización de la telefonía móvil, de la inflación crónica y el cepo, del abuso del peso y la falta de ahorro, de la inseguridad y la mala educación, es toda de Guillermo Moreno (o, a lo sumo, de Moreno y de algún que otro fatigado ministro). Moreno lava todas las culpas: Para bajar la inflación es necesario un buen equipo económico, argumentaba hace unas semanas un ex funcionario que regó la plantita de la inflación durante años.
Vayamos pues por los Morenos, quememos fusibles en Plaza de Mayo ante el abucheo del protokirchnerismo defraudado por sus gerentes, echemos a un par de ministros o a todos y reseteemos el reloj del buen populismo purgado de sus malos elementos.
La autopersuasión hará más convincente la venta mediática. Los problemas permanecerán.
Bullworth es una variación de Bob Roberts, y Bob Roberts es una versión aggiornada de Larry Rhodes, el cantante popular devenido asesor político de Un rostro en la multitud (1957) de Elia Kazan (el director que descubrió a Beatty), o de nuestro Pajarito Gómez (1965), película premonitoria de Rodolfo Kuhn (parodia del Club del Clan con canciones con letra de Paco Urondo). ¿Un artista popular devenido celebrity política? Hubo varios en las listas de octubre, y habrá aún más dentro de dos años. Hay quienes piensan que esta fusión reconecta a la política con la gente; que, transponiendo a McLuhan, las celebrities son el medio, es decir, el mensaje. De ser así, serían también la medida de la distancia (tal vez deliberada) de la política con la gente.
“Mi depiladora tiene más conciencia de sus limitaciones que las que tenés vos de ella y todos tus amigos de laboratorio de universidad privada”, me escribe una amiga. (Con onda, aclara.) “Mientras me hacía el cavado, pasó de votar a Macri, a Massa y terminó convencida de votar a Pitrola. Ella sabe que no sabe a quién votar, no es su culpa que todos le suenen igual.” Mi amiga piensa que la culpa la tienen los políticos, o los intelectuales onanistas de la política. ¿Culpa de qué? ¿De la comedia de puertas de la política vernácula? ¿De que, a la larga, cualquier político sobrevive su archivo?
“La autopersuación”, dice Ian McEwan (probablemente el mejor escritor en lengua inglesa que no será nominado al Nobel), “es un concepto muy caro a los psicólogos evolucionistas. Si vivís en grupo, como los seres humanos han hecho desde siempre, persuadir a los demás de tus propias necesidades e intereses es fundamental para tu bienestar. A veces tendrías que usar la astucia. Pero ciertamente serías más convincente si vos mismo estuvieras persuadido y no tuvieras que fingir. Este tipo de individuos autopersuadidos tendería a predominar, al igual que sus genes.”
En los 90 Boris Yeltsin, presidente ruso inepto, corrupto y alcohólico, ante cada crisis propia solía fustigar públicamente contra sus ministros. Echarlos era otra historia: los problemas permanecían, delatando el error de atribución.
Hasta ahora, la novedad post-elección parecería ser la coincidencia de kirchneristas de variadas cosechas en que la culpa del déficit de Aerolíneas y los accidentes ferroviarios, del letargo de Vaca Muerta y la desmaterialización de la telefonía móvil, de la inflación crónica y el cepo, del abuso del peso y la falta de ahorro, de la inseguridad y la mala educación, es toda de Guillermo Moreno (o, a lo sumo, de Moreno y de algún que otro fatigado ministro). Moreno lava todas las culpas: Para bajar la inflación es necesario un buen equipo económico, argumentaba hace unas semanas un ex funcionario que regó la plantita de la inflación durante años.
Vayamos pues por los Morenos, quememos fusibles en Plaza de Mayo ante el abucheo del protokirchnerismo defraudado por sus gerentes, echemos a un par de ministros o a todos y reseteemos el reloj del buen populismo purgado de sus malos elementos.
La autopersuasión hará más convincente la venta mediática. Los problemas permanecerán.