Les dejo mi columna de hoy en LaNacion.com:
Hoy es el día del desendeudamiento argentino, internacional y nacional", anunció la presidenta el 23 de junio de 2010 tras cerrarse el canje de deuda para los bonistas extranjeros. “No es algo para festejar, es para reflexionar y comprobar la política de desendeudamiento", comentó un año más tarde en la Bolsa de Comercio con motivo del pago del último tramo del Boden 12. "El desendeudamiento es el pilar del nuevo modelo argentino", sintetizó el ministro de economía el 14 de agosto en su exposición en las jornadas de la AAEP.
El desendeudamiento argentino es atípico. Se alimenta de mitos y omisiones, fruto de una interpretación traumática de la crisis de sobreendeudamiento de donde surgió el kirchnerismo. Sin pretender agotar en unas líneas 40 años de debate sobre deuda emergente, vale la pena, ahora que no nos sobra nada, repensar el tema del financiamiento externo desde otra perspectiva.
Las crisis de deuda de las economías en desarrollo –tanto la de los petrodólares de 1982 como las más recientes: México 94, Asia 97, Rusia y Brasil 98, Argentina 2001– fueron ante todo crisis de moneda. La deuda (privada en Asia, pública en América Latina) no fue mucha pero fue principalmente de una variedad peligrosa: renta fija (préstamos y bonos) con acreedores privados (bancos y bonistas) y externa (en moneda extranjera).
Los acreedores privados suelen prestar de más a quienes no lo necesitan y, cuando lo necesitan, suelen perderles la fe y, en vez de refinanciar, pedir el pago en efectivo –con lo que al deudor dolarizado no le queda más que el default, o el imposible ajuste draconiano preámbulo del default. Los acreedores privados no son buenos árbitros de solvencia; es el Estado el que tiene que decidir cómo endeudarse.
Felizmente, se aprende de los errores. Una a una, las economías que pasaron por crisis financieras fueron desarmando la bomba de tiempo de la deuda externa. México desde 1995, Asia desde 1999, Brasil en los 2000, reemplazaron deuda dolarizada por instrumentos de financiamiento en moneda local: acciones, bonos emitidos bajo ley doméstica y, sobre todo, inversión extranjera directa.
La ventaja de la moneda local es obvia: ante la emergencia, el banco central puede imprimirla para pagar compromisos, licuando la deuda con inflación y evitando el ajuste violento o el default. De ahí que no haya casos de default de deuda totalmente denominada en moneda local. La ventaja de la inversión directa es aún mayor: no sólo no está en dólares sino que, en vez de inflar bonos y acciones ya emitidas, son fondos frescos que van directamente a financiar la economía real. La gran mayoría del ingreso de capitales a países como Brasil, Chile o Colombia es inversión directa.
Con algunas excepciones (Venezuela, Ecuador), América Latina desdolarizó y domesticó su deuda a pesar de que, mientras sus monedas se apreciaban, el “negocio” cortoplacista habría sido emitir en dólares. Como premio, recuperaron el tipo de cambio como instrumento de desarrollo: si en los 90 una devaluación quebraba a la economía dolarizada, hoy la depreciación de la moneda es expansiva y amortigua el impacto de la crisis global.
Argentina, gracias al default y a la apreciación real, recorrió el mismo camino que sus vecinos: el cociente de la deuda en dólares sobre el PBI es el menor de la historia reciente del país, y uno de los menores de la región. Pero, a diferencia de otros países, no sustituyó la dependencia externa por formas más saludables de financiamiento. En vez de repagar deuda en los años buenos para poder endeudarse a un costo razonable en los malos, Argentina paga siempre. Aún ahora, a costa de prohibir la compra de dólares y postergar importaciones, induciendo una recesión.
En Argentina, el desendeudamiento se ha convertido en bandera política: emitir deuda (de cualquier tipo y moneda) es volver a hacerle el juego a los mercados. Y la autarquía financiera, que nos obliga a subordinar las políticas fiscal y monetaria a los vaivenes del mercado, es saludada como prueba de independencia económica.
No todo es interpretación y relato detrás de este tabú del financiamiento externo: emitir nos cuesta caro. A pesar del desendeudamiento, y de haber alcanzado en 2006 el costo financiero de Brasil, hoy nuestra deuda paga la tasa más alta de la región –lo que dio por tierra con varios intentos del ministerio de economía de volver a los mercados internacionales. Pero la bandera del desendeudamiento, al autoexcluirnos de los mercados y obligarnos a autofinanciarnos en años de vacas flacas, contribuye a elevar el riesgo (y el costo) argentino. Aunque parezca contradictorio, hoy una emisión de deuda reduciría el riesgo país.
Por otro lado, la deuda no es la única forma de financiar el crecimiento que Argentina ha resignado en estos últimos años. El cepo cambiario aliena inversiones extranjeras (incluso las necesarias para poner en valor las reservas de YPF) e incentiva el atesoramiento de dólares de los que fugaron a tiempo, todo para reducir la salida anual de capitales a “sólo” 10 mil millones de dólares –la mitad que en 2011 pero muy por encima de lo aceptable en un marco de escasez, y eso sin contar el efecto puerta 12: la demanda latente de quienes dolarizan por temor a no poder hacerlo en el futuro. Y el estancamiento de una salida negociada del default con el club de Paris aleja préstamos de largo plazo que deberían ayudar a revertir el déficit de infraestructura y la crisis del transporte.
El ministro de economía dijo recientemente que Argentina no plantea una "antinomia entre endeudamiento y no endeudamiento; el punto de la deuda es cuánto, cómo, a qué costo y para qué". Mientras esta posición siga siendo minoritaria en el gobierno, seguiremos honrando el karma de la emancipación económica sesentista: vivir con lo nuestro.
Y, en la era del yuyo, vivir con lo nuestro es vivir con lo puesto.
Una pequeña correction. Si hay ejemplos de default en moneda local, entre otros sucedió en Jamaica hace dos años.
ResponderEliminarPor lo demás, excelente articulo.