(Publicada en Perfil el 11 de enero de 2014)
¿Qué pienso de qué?
Decir que el debate econopolítico se ha bastardeado en estos años es una obviedad. Pero digámoslo de todos modos: bastardeado degradado rebajado enrarecido. La discusión no perdió precisión: la abandonó deliberadamente.
¿Vos qué pensás?, me pregunta el colega.
Pienso, le digo, que tenemos que hacer el esfuerzo de la precisión porque si no es como hablar idiomas diferentes. Con palabras all inclusive, despojadas de sentido o saturadas de sentidos, no nos vamos a entender. Lo que para vos es hacer las cosas bien no necesariamente es hacer las cosas bien para mí. No en su totalidad, al menos. Es cierto que el gobierno y sus exégetas se extraviaron en regiones del debate tan alejadas del resto, le digo, que el resto se ve, desde esta perspectiva cinemascope, como una nube de puntos cercanos. Pero esta cercanía es una ilusión óptica: si definimos bien cada uno de estas palabras paquete y elaboramos bien las preguntas, no todos pensamos igual. Hacer las cosas bien no es lo mismo para todos. Ni siquiera es necesariamente suficiente para sacar al país adelante (lo que quiera que signifique esto último, otro paquete).
Bajemos la inflación con un plan integral contra la inflación que contemple medidas macroeconómicas y sectoriales como reducir impuestos y agregar gastos, nos dicen. Sentémonos frente a frente a buscar con el diálogo soluciones a la inflación y a la crisis energética pensando en un país normal. Propiciemos un diálogo de franca distensión que permita hallar un marco previo que garantice unas premisas mínimas que faciliten crear los resortes que impulsen un punto de partida sólido y capaz donde establecer las bases de un tratado de amistad que contribuya a poner los cimientos de una plataforma donde edificar un hermoso futuro de amor y paz, cantaba Serrat hace 20 años.
Miremos dentro del paquete.
Muchos analistas locales piensan en privado que el gobierno no llega, insiste el colega, que se viene una crisis. ¿Vos que pensás?, insiste.
Yo pienso que somos un país cigarra. Que gastamos lo que no tenemos y nos comemos los ahorros y cantamos y celebramos como si hubiéramos llegado a alguna parte, y en el ínterin nos convencemos que vivimos mejor que en Europa (o que en Asia, donde todos laburan como chinos) y ninguneamos las advertencias hasta que nos quedamos sin saldo y se corta la luz y el agua y entendemos que nos mintieron y que nos dejamos mentir, y no podemos tolerar la idea y le queremos pegar al primero que nos hable de ajuste, invitando, casi rogando al dirigente de turno a que nos mienta de nuevo, una mentira nueva, una promesa absurda e imprecisa que dure un par de años. Como los chicos.
(¿Qué hacías durante el verano?, le preguntó la hormiga a la cigarra cuando llegó el invierno. Cantaba, contestó la cigarra. Bueno, ahora te toca bailar, le dijo la hormiga. O algo así, pero en verso francés, Esopo vía La Fontaine, decía la fábula que nos leían de chicos y que reproducimos de grandes como un karma. Hace un siglo. El ciclo de la ilusión y el desencanto, lo llamaron, con precisión, Pablo Gerchunoff y Lucas Llach en su libro homónimo.)
Llegó el invierno en verano e ingresamos en un nuevo período de angustia. La angustia es la madre de todas las ilusiones, y la imprecisión es su medio. Si no miramos nuestro fracaso de frente, si no aceptamos que nos dejamos mentir, si no les pedimos precisión a nuestros dirigentes en vez de pedirles algunas cabezas y un milagro, el kirchnerismo será al progresismo como el menemismo fue al liberalismo, y los relatos seguirán pendulando de un ismo al otro, lateralmente, detenidos en el tiempo.
¿Qué pienso de qué?, le estoy por retrucar al colega. Pero justo en ese momento se corta la luz y todo intento de precisión se vuelve superfluo.
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