(Publicada el 7 de diciembre en Perfil.)
La primera fue la devaluación fiscal: subió el impuesto al dólar del 20% al 35%, regalo de fin de año para la clase media ilusionada con las playas y los shoppings de Uruguay, Brasil o Suazilandia. Gran tristeza y desazón. Intensa cobertura periodística y política.
La segunda noticia fue el pobre desempeño en las pruebas PISA que miden el rendimiento de nuestros estudiantes secundarios (el de hoy en relación con el de ayer; el nuestro en relación con el de otros países). Según la materia, rankeamos entre 58 y 61, de 65 países examinados. Números y tablas con ribetes técnicos recibidas con condescendencia por el Gobierno y la “comunidad educativa” y con frialdad por los medios y demás fuerzas vivas. La novedad acá es que no hay novedad: seguimos en el fondo de la tabla a pesar del presupuesto récord y el crecimiento inclusivo.
¿Por qué gastamos más y nos va peor en educación?
Un distinguido especialista recomienda mirar a los países de la región pero no el ranking global “porque la mayoría son países desarrollados”. Pero al tope del ranking está Corea, y entre los diez primeros figuran Estonia y Polonia. Vietnam está en el puesto 13. Todas las economías ex soviéticas están bien por encima de Latinoamérica. Otro sugiere no comparar con los asiáticos, porque tienen puntajes altos pero al costo de infancias infelices. Pero de una infancia infeliz al dato de que el 67% de nuestros chicos felices no supera los contenidos mínimos de matemática hay una distancia de desidia y futuros truncados, salvo que nuestro modelo sea el de un trabajador no calificado, comoditizado y precarizado, pero dichoso. (De todos modos, tampoco rankeamos bien en felicidad PISA, lo que sea que ésta mida). Hay también quienes señalan que la extensión de la cobertura de la educación secundaria en los 2000 redujo el promedio de desempeño: si los hijos de hogares pobres, con menores estímulos y ambiente menos contenedor, suelen obtener peores resultados, nuestro retroceso relativo explicaría por la mayor inclusión relativa. Pero, de nuevo, los datos se niegan a consolarnos: la misma inclusión está presente en los países asiáticos, muchos de ellos con sistemas de educación pública más recientes que el nuestro y con un aumento de la cobertura comparable.
Puestos a pensar, pienso en las pocas horas de clase (el número creciente de feriados y paros), en la inadecuada formación docente (reformas circulares y programas continuamente revisados), en la priorización anacrónica de las soft skills (el sesgo enciclopédico europeizante que Europa está abandonando espantada por el desempleo y la baja productividad), en el folclore de criticar las pruebas PISA porque no representan nuestros valores (el recurso de compararnos con los malos y buscar excusas para los buenos). Pienso también en que las jefas de hogares pobres del conurbano bonaerense mandan a sus hijos al privado porque el público es inseguro, y que ni el público ni el privado están preparados para integrar la diversidad social de los secundarios de primera generación (pero no nos relajemos con esta explicación socioeconómica: en términos relativos, al estudiante privado de clase alta no le fue mejor).
El martes nos despertamos con dos noticias.
El aumento del impuesto al dólar es previsible. Mediáticamente ganchero, es el nuevo Moreno de los políticos tiempistas. Castiga al turista argentino sin beneficiar al turista brasileño, nos condena a las rutas argentinas sin acercar turismo receptivo, nos devuelve la sensación familiar de emergencia económica. Dispara muchas notas picantes en el diario de la mañana con miles de comentarios de figuras públicas y lectores anónimos.
El fiasco de PISA es previsible y natural. De efectos diferidos, nos condena a vivir de Vaca Muerta, o a endeudarnos para extender la fiesta, o a sincerarnos y empobrecernos. Nos dice que seremos un país que no irá a la universidad, que vivirá con lo justo y seguirá alquilando a los 50 a la espera de que se desocupe la casa de los viejos, sin perder los noventa minutos de gloria del Fútbol para Todos del domingo donde, en el entretiempo, funcionarios sonrientes entregan netbooks a chicos sonrientes. En la página del diario el tratamiento es breve, incluye una cita del ministro de Educación diciendo que podríamos estar peor y que estaremos mejor, y un par de columnas de opinión explicando que la vida continúa. Al día siguiente el tema es deplazado por los saqueos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario