Primero, lo obvio: para bajar salarios nominales es necesaria una fuerte contracción del producto y un aumento del desempleo (y, más en general, del peligro de despido). Este es un dato bien conocido por cualquier economista aplicado y una de las razones por las que el tipo de cambio es útil para ajustar a un shock real contractivo.
Segundo, lo menos obvio: los salarios nominales son mucho menos sensibles a la inflación. Una reducción de salarios reales por un incremento de precios es mucho más sencilla que una reducción nominal. La respuesta a la sugerencia del recorte salarial del 15% de Lopez Murphy, o la imposible reducción del 13% del plan de déficit cero de Cavallo (posteriormente revertida en la justicia) contrastan con la licuación inflacionaria del salario real en 2002. Por esto, el tipo de cambio es mucho más útil para ajustar a un shock real contractivo que a un shock real expansivo -el punto central de este viejo trabajo que escribimos hace unos años con Sebastián Edwards.
Tercero, algo todavía menos obvio: las devaluaciones internas –eufemismo con el que se suele denotar una reducción importante de precios y salarios nominales, típicamente asociada a un ajuste fiscal contractivo, o a un recorte administrado de salarios, que instrumente un cambio de precios relativos que emule (y por ende substituya) una devaluación nominal tradicional– es posible. La evidencia del reciente ajuste letón (y, en menor medida, los ajustes otras economías ex soviéticas, de unionización incipiente) lo ilustra a las claras.
Por último, algo debatible: las devaluaciones internas no resuelven el problema europeo. En otras palabras: el problema europeo no surge de la inflexibilidad salarial a la baja. Y aquí no tengo más remedio que redescubrir la rueda (como quienes redescubren la inflexibilidad salarial) y aclarar que una devaluación interna genera deflación de deuda, "popularizada" por la Gran Depresión donde en efecto hubo deflación de salarios al estilo de una devaluación interna. En otras palabras, que una devaluación interna, al reducir (deflacionar) el valor nominal de los ingresos, deteriora proporcionalmente la capacidad para servir una deuda que permanece nominalmente constante -del mismo modo que una devaluación haría impagables las deudas en dólares.
De ahí, la importancia de la conversión a pesos en la salida de la convertibilidad argentina que enfatizo,por ejemplo, aquí. Como resume mi tesis un distinguido colega: "it’s not the devaluation, it’s the pesification!" Lo mismo vale para el caso europeo: no será la devaluación (interna o externa) por sí sola lo que saque del pozo a los países sobreendeudados de Europa. Pero, en conjunto con una pesificación, puede contribuir a la licuación inflacionaria de sus deudas. Feo, pero efectivo.
No se si feo, porque son las reglas del juego. Igualmnete creo que el mercado, por lo menos en Grecia, ya lo tiene descontado.
ResponderEliminarEstimado Levy, haciendo un poco de ciencia ficción ¿como se imagina la dracmatización de Grecia? Sería diferente a la pesificación, ¿bajarian las tasas de interes? ¿aumentaria el empleo? ¿rebotaría la economía y empezaría un ciclo ascendente? ¿habría inflación? ¿apoyaría Alemania con respaldo del euro una "convertibilidad" del dracma? ufff, tantas variables... gracias
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