domingo, 13 de noviembre de 2011

No liberen los libros (apuntes sobre la globalización del lenguaje)

La reciente decisión de parar las importaciones de libros en la aduana, motivada por la escasez de dólares, abrió la puerta a otros debates, menos coyunturales, sobre la producción literaria en el marco de la globalización que remiten a preocupaciones de larga data en las tribus literarias locales (de aquí y del resto de Latinoamérica).

Una lista menos que sumaria señalaría la tendencia centrípeta de un sistema de producción que orbita alrededor de unos pocos baricentros españoles (Madrid, Barcelona, Valencia) y que lleva a la relocalización geográfica y mental de editores y autores (a la manera del Paris de preguerra o la Nueva York de posguerra en el mundo del arte). La lista también apuntaría algunas cuestiones más debatibles (todas ellas aplicables al ejemplo de la colonización del arte por parte de franceses o americanos): la lenta homogeneización (¿alienación?) de estilo a expensas de las idiosincrasias locales y la concentración de la oferta en nombres del círculo ibérico en detrimento de los productos y productores regionales. Es decir, la hegemonía del escritor español o españolizado. Una suerte de síndrome de Hollywood de la letras hispanas.

Esta enumeración debería citar el efecto disciplinador sobre el lector que, de tanto consumir letras ibéricas, termina hablando y pensando de un modo que convalida la demanda por esta cultura made in la madre patria que nos interpela como Pepe Sacristán (o como la mitad gallega de Leo Sbaraglia). 

Precisamente la televisión y el cine, más masivos, son los vehículos de colonización oral por excelencia. En los países desarrollados, se sabe, la gente no se copa con los subtítulos: las películas son mayormente dobladas en un lenguaje para nada neutral que tiene su influencia en el lenguaje cotidiano. (Ejemplo: los chicos Catoon Network.) Latinoamérica resiste esta avanzada del doblaje en el cine, pero el cable, acorralado por los estudios de mercado, tiene sus días contados. ¿En qué lengua son y serán dobladas las películas y las series televizadas? Probablemente en algún español “neutro” que desconoce el vos, el che y el boludo y que se parecerá al colombiano (a lo que uno imagina que es el colombiano, que en realidad no es uno sino varios y que en algunas zonas de Colombia incluye, por ejemplo, el vos). De manera secuencial, oiremos, aprenderemos y finalmente repetiremos diálogos en este falso colombiano, y nos sorprenderemos del exotismo tanguero del lunfardo porteño (o del naca mexicano) que a su vez dará la razón a los estudios de mercado a favor del doblaje etc.

El equivalente del doblaje en literatura es la traducción, el flanco donde la globalización del lenguaje pega más fuerte. ¿Cuántas veces pensamos cómo sonaría lo que leemos si los personajes no abusaran de los vales y los coños y dejaran de coger todo lo que encuentran? ¿Y por qué una sola traducción y no varias? 

El problema tiene (como todos) su aspecto económico: los países latinoamericanos son pequeños para justificar traducciones múltiples. Además, la industria concentrada suele comprar los derechos de traducción a todo el mundo de habla hispana (a diferencia del inglés donde los derechos suelen dividirse entre EEUU y el Commonwealth). Hay, asimismo, un elemento de costos: la impresión en estas tierras suele ser cara (aunque con la velocidad con la que el libro digital avanza sobre el papel, cuestiones como la calidad de las máquinas o la virulencia de las negociaciones salariales podrían pasar rápidamente a un segundo plano.)

Tratándose de un bien cultural sujeto a economías de escala con externalidades positivas (preservar nuestra lengua de la asimilación española), nada impide que un ente local fomente la edición de autores locales en la plaza local (o de traducciones realizadas por traductores locales). ¿Se puede replicar el modelo INCAA sin terminar con pilas de libros nacionales saldados rápidamente para dar espacio en las mesas y estantes a los tanques importados?

1 comentario:

  1. Sr. Levy Yeyaty. Estoy de acuerdo con usted. Por mucho que -por caso en Barcelona- se subtitule un bife de chorizo llamándolo "solomillo" o se traduzca como Rioja el auténtico Malbec que obligatoriamente debe acompañar un buen bife criollo, no son ni remótamente lo mismo. Tanto a mi como a un grupo de compañeros nos interesaría discutir este tema personalmente, si se contacta con cualquiera de nosotros. Un cordial saludo. Dr. Tiepelmann

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