Les dejo mi columna de hoy en el Cronista, sobre la cuestión del título el post.
Las razones de este avance de la inflación (es decir, de este retroceso) fueron muchas y cambiantes. En orden de aparición: la esperable y bienvenida recuperación del salario real, la suba mundial de los precios de alimentos y energía, el crecimiento de la demanda por encima de la oferta. Y, por último, la capitulación: la expectativa de que la inflación continuará en los niveles actuales o mayores, que lleva a incorporar la inflación pasada en la fijación de precios, reproduciéndola–y validando así las expectativas de más inflación.
Todo esto sazonado con una política monetaria expansiva (la tasa de interés del banco central estuvo por debajo de la inflación desde principios de 2003) y, en última instancia, autista (la palabra inflación fue virtualmente censurada de los informes y presentaciones del Banco Central).
Precisamente es la inercia inflacionaria, que hoy explica la mayor parte del 25% esperado para el año, la que ofrece la más clara oportunidad de llevar la inflación nuevamente a niveles de un dígito con un mínimo costo para la economía real.
Lo primero a tener en cuenta es que erosionar este núcleo duro de inflación inercial requiere un cuidadoso manejo de las expectativas que desarme el círculo vicioso mediante el cual, ante la falta de señales del Banco Central, los precios y salarios terminan fijándose en base a la inflación pasada.
Lo segundo a tener en cuenta es que el tipo de cambio ya no puede cumplir ese rol. El abuso del dólar barato como forma de contención de la inflación terminó poniendo el carro delante del caballo: generó rechazo por el peso, y gatilló un cepo comercial y cambiario que puso a la actividad económica como variable de ajuste de una inflación que de todos modos no baja.
Lo tercero a tener en cuenta es que hay un orden natural en los ingredientes de un plan antiinflacionario que nos devuelva la estabilidad de precios: no se pueden contener expectativas sin una pauta realista de inflación futura; ninguna pauta es realista sin políticas monetaria y fiscal consistentes con ella; ninguna política (o pauta) es relevante sin un índice de precios creíble que permita su seguimiento.
Para contar con un índice creíble es esencial recuperar el INDEC, desandando el camino recorrido desde su intervención en 2007, y revisar el IPC, lo que involucra no sólo consideraciones metodológicas sino, fundamentalmente, legales y políticas. Por eso es más factible el lanzamiento de un nuevo IPC nacional, varias veces anunciado y cajoneado por el gobierno, que permitiría soslayar el dilema de revisar para atrás el ficticio IPC actual, que se mide en el área metropolitana de Buenos Aires.
A su vez, para reconstruir la confianza en la política monetaria es preciso que el Banco Central deje de desentenderse del problema, y prepare un programa monetario que contenga pautas de inflación –no en el sentido de metas estrictas, hoy inaplicables, sino como compromiso a un rango realista que oriente los acuerdos salariales y la fijación de precios. Esto por sí sólo cambiaría radicalmente la manera en que los agentes económicos piensan y se protegen de la inflación.
En relación a la política fiscal, basta recordar que el Banco Central es hoy la fuente de financiamiento residual del sector público, tanto en dólares (con reservas) como en pesos (con emisión). El programa monetario debe ser consistente tanto con la pauta de inflación como con las necesidades presupuestarias del gobierno, que idealmente no deberían involucrar al Banco Central.
Una vez lanzado el nuevo IPC, y comunicadas la pauta de inflación y el programa monetario, no debería ser difícil coordinar precios y salarios alrededor de la pauta, evitando el costo en términos de nivel de actividad de una política de shock basada exclusivamente en agregados monetarias y suba de tasas. Más aún ahora que la desaceleración eliminó el exceso de demanda que aceleró la inflación a mediados de los 2000. Un esquema de pautas del tipo propuesto podría apuntar a una inflación de un dígito en dos o tres años.
Dejo para el final un aspecto que, por trivial, no deja de ser crucial: ningún plan antiinflacionario tendrá éxito sin un compromiso político.
Hasta aquí, la inflación ha sido funcional a un modelo de crédito subsidiado de la demanda (fundamentalmente de consumo) a expensas del ahorrista –de ahí, la agonía del peso como reserva de valor. La inflación fue también plata dulce para el fisco, que diluyó deuda vieja y colocó deuda nueva (a través del Banco Central o en entidades públicas) a tasas reales negativas. Sólo nos quitaremos de encima la inflación si el gobierno reconoce sus crecientes costos económicos y prescinde de estos beneficios fiscales.
Diez años de inflación creciente deberían ser suficiente motivo.
Estimado Dr.,La forma de bajar la inflación que Uds. describe en forma tan impecable, creo yo es totalmente correcta, pero cree que se puede hacer con el mínimo costo es olvidar una parte de la historia argentina, la ultima vez para terminar con la inflación se tubo que llegar a una instancia terminal, (cualquier cosa provocaba una hiper) y se tubo que abandonar el derecho ha emitir moneda. (todos dicen que la convertibilidad es de cavallo, pero no se pregunta, si realmente se podía hacer otra cosa).
ResponderEliminarPor otro lado la política usa la economía, para lograr sus fines sin importar los costos futuros de sus acciones, es mas los actores tratan, a veces con éxito de pasar la cuenta a sus adversarios Por lo que cree que 10 años de inflación a 2 dígitos es motivo suficiente para combatirla me parase que es una expresión de deseo, que comparto.
Saludos.
¿Por qué sigue la [inflación]? Sigue porque los gobiernos quieren gastar, en parte en armamento y en la mayoría de los casos principalmente en subsidios y dádivas para varios grupos de presión, pero carecen de la valentía de cobrar impuestos por la misma cantidad que gastan. Sigue, en otras palabras, porque los gobiernos quieren comprar los votos de algunos de nosotros ocultándonos al resto que esos votos se están comprando con nuestro propio dinero. Sigue porque los políticos (en parte a través de la influencia de segunda o tercera mano de las teorías del difunto Lord Keynes) piensan que es esta la única forma de mantener el “pleno empleo”, el fetiche actual del auto proclamado progresismo. Sigue porque se abandonó el patrón oro, porque las monedas del mundo son esencialmente monedas de papel a la deriva y sin ancla, sopladas por cada viento político y a merced de cada capricho burocrático. Y estos mismos gobiernos que están inflando juran solemnemente estar “combatiendo” la inflación. A través de políticas de dinero barato, la maquinita de imprimir o ambas incrementan la oferta de dinero y de crédito y fingen deplorar el resultado inevitable.
ResponderEliminar-- Henry Hazlitt. Escrito en 1964.
Estimado Levy: ¿está bien decir una devaluación del 300%? ¿no sería más apropiado decir de un 75%? Es decir que la tasa de cambio de $1 - u$s1 pasó a ser: $4 - u$s1, o bien u$s1 - $0,25.
ResponderEliminarSdos.