lunes, 12 de diciembre de 2011

El uno a uno en el retrovisor

Les dejo la columna que escribi para el seminario sobre los 10 años de la caida de la convertibilidad organizado por los queridos colegas de CIPOL. 

Hace exactamente 10 años aparecía en la Revista de Análisis Económico “10 años de convertibilidad: La experiencia argentina”, un estudio comisionado por FIEL a principios de 2001 para una conferencia que pretendía presentar en sociedad el programa de economía de largo plazo de un Ricardo López Murphy que se probaba el sillón de Machinea (conferencia que, ilustración cabal del montaje de videoclip de la película de la crisis, se realizaría meses después del fugaz paso de López Murphy por Economía).

En aquel estudio se planteaba que la convertibilidad se había predicado en base a tres promesas fundamentales: estabilidad de precios, mayor inversión y crecimiento, y disciplina fiscal (bajo el supuesto de que, en ausencia del financiamiento del BCRA, el mercado no prestaría más allá de niveles sostenibles).

Al cabo de una década, el tanteador marcaba 1-2 en contra. El uno a uno había contribuido a reducir la inflación (aunque en esos años otros países inflacionarios obtenían resultados comparables sin fijar el tipo de cambio). Pero, tal y como lo indica la teoría económica, lo había hecho a expensas de la estabilidad del producto, introduciendo subas más pronunciadas en la bonanza y caídas más profundas en las penurias (aún en una ventana que excluía el fatídico 2001), y con un record de crecimiento que se veía bien en el pico del 97 pero que, tomando la totalidad del ciclo, no excedía el promedio de nuestros vecinos.

Por otro lado, había escasa evidencia de disciplina fiscal. Cuando el plan Brady convirtió la deuda con bancos internacionales heredada de la crisis de los 80 en bonos Brady, creando los mercados emergentes, el acreedor disciplinador pasó de unos pocos bancos a miles de pequeños bonistas ansiosos por jugar a ganador prestando a los países en tiempos de crecimiento –convencidos de que siempre habría tiempo de sacarse el clavo de encima cuando el ciclo revirtiera. De ahí que el país, en lugar de ahorrar para los días lluviosos, volviera a endeudarse en dólares en los años buenos repitiendo el guión setentista.

El trabajo incluía un análisis de la propuesta de canasta de monedas (a mi juicio, un piloto de la flotación administrada) y el escenario de flotación tradicional (para el que consideraba inevitable la pesificación de pasivos).

¿Qué más aprendimos desde entonces?

Primero, que la convertibilidad no garantizó siquiera la disciplina monetaria. Ahogados por la iliquidez extrema del ajuste automático ante corrida (el BCRA retiraba un peso por cada dólar vendido) y por las necesidades fiscales, el tesoro nacional sumó su propia moneda, el LECOP, al colorido menú de monedas provinciales. Más en general, las llamadas cuasi monedas ilustraron la inutilidad de una regla (o una ley) sin un trasfondo de realismo –otros ejemplos cercanos: la ley de intangibilidad de depósitos, la ley de déficit cero, o los contratos de privatización con tarifas de servicios dolarizadas. Al final, vale más vale tomar riesgos que atarse las manos. Estuvimos tres años hundiéndonos amarrados al mástil de la convertibilidad, y nos llevó apenas seis meses (el primer semestre de 2002) recuperar el crecimiento.

¿Qué más aprendimos? Parafraseando (e invirtiendo) a Tolstoi podría decirse que, más allá de aspectos idiosincráticos (en nuestro caso, falta de liderazgo político, caída de términos de intercambio, indiferencia del FMI), todos las crisis emergentes fueron similares: todas fueron, en su esencia, crisis de moneda o, más precisamente, crisis de deuda dolarizada. Es por esto que hoy, tras la desdolarización de la deuda, sea imposible pensar en una nueva crisis noventista. Es en este sentido que la analogía argentina se aplica a la crisis de las economías de la Europa periférica que, en tanto el Banco Central Europeo los trate como países independientes, sufren el karma de una deuda en moneda “extranjera” (esto es, una moneda que no pueden emitir a discreción).

¿Qué más?

Que de una crisis no se sale sólo con devaluación. En perspectiva, fue el combo dólar alto-pesificación con su efecto de licuación de deuda y transferencia regresiva de riqueza el que terminó siendo, paradójicamente, el motor principal de la recuperación de la actividad y del empleo, y un pilar impensado del crecimiento inclusivo.

Que el riesgo moral que nos enrostraba el FMI para condicionar sus préstamos no lo sufrían los trabajadores estadounidenses (como gustaba decir el Secretario del Tesoro de los EEUU Paul O`Neill) sino los trabajadores argentinos que veían cómo un gobierno a la espera del milagro ganaba (es decir, perdía) tiempo con la ayuda del Fondo, reemplazando deuda defaulteable con privados con deuda indefaulteable con el FMI y encareciendo el saldo socioeconómico y financiero de la crisis.

Que un país siempre es dueño de su destino (a pesar de quienes proponían someternos a un protectorado de sabios internacionales) y que la historia no se repite porque los políticos aprenden de las crisis. En este caso, promoviendo la desdolarización de la deuda y perdiéndole el miedo a la flotación administrada (aunque, en este último frente, la memoria o la audacia a veces flaqueen).

Que el estudio de la economía tiene sentido. El manejo de la política monetaria con la que en 2002 evitamos la hiperinflación es consistente con el diagnóstico expresado en el trabajo citado, que a su vez toma prestado de muchas referencias académicas allí mencionadas. En las crisis, el relato tribunero, fundacional y crítico, contribuye a la catarsis colectiva (basta leer aquellos coloridos debates sobre el futuro del peso y del sistema financiero) pero poco aporta a la gestión. El capitalismo no acabó entonces como no acabará ahora (en el mejor de los casos, tomará nota de los errores y ganará en realismo).

Hay más. La crisis de la convertibilidad reveló lecciones latentes en el ámbito político (la fragilidad de las alianzas tácticas, la distancia entre retórica y gestión, la inanidad del “que se vayan todos”) y sociales (la exposición de los hogares pobres, la importancia de una red de protección social, la tendencia miope del votante –y, en consecuencia, del político– a la complacencia continuista). 


En fin, el colapso del uno a uno seguirá dando que hablar. Pero diez años es tiempo suficiente para despedirnos del trauma.

5 comentarios:

  1. Linda nota.
    Curiosidad: "transferencia regresiva de riqueza el que terminó siendo...un pilar impensado del crecimiento inclusivo", ¿no se parece a lo de trickle-down economics?

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  2. FT: No necesariamente. En este caso fueron salarios bajos y rentabilidad alta en una economia con capacidad ociosa y mas de 20% de desempleo.

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  3. Los K padecen de mala memoria... la ¿recuperación? económica de la Argentina se dió en el marco de una brutal contracción económica, precedida por 4 años de recesión.
    ¿Cuál fue uno de los pilares del crecimiento?
    La muy menenista industria automotriz forjada durante los 90.

    Como sea, me gustará mucho escucha como explica la próxima crisis. ¿qué falló?

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  4. Ely, con mucho respeto: ¿le parece que una contracción del 12% del PBI en 2002 haya sido algo positivo?, ¿no perdimos mucho tiempo darnos cuenta de la capacidad ociosa y ahora volver al mismo punto de partida?

    Se acuerda de la falacia de la ventana rota de Bastiat ¿no nos paso algo parecido?

    Muy atte.

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  5. Pablo: Tarde pero seguro, te aclaro que la contracción del 12% fue en realidad el reflejo del colapso del (15%?) en el segundo semestre de 2001. Como el crecimiento suele medirse como la diferencia entre los promedios del nivel de producto de cada año. si el producto cae fuerte el año anterior y luego se estabiliza el año corriente, esto medido año contra año se ve como una caída (en la práctica el producto subió durante 2002). Es lo que los economistas llamamos arrastre y se da también a la inversa: si en 2012 no crecemos nada, igualmente tendremos un crecimiento de 2.5% (o 3%, según la medición inflada del INDEC) por arrastre de este año. Estadisticas.

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