Ensayo y ficción, negocio y ocio, son abusivas dicotomías de los clasificadores en anaqueles. Que la distinción de lo persuasivo de lo convincente lo haga el auto es una comodidad del lector, que revela credulidad.
Cito. "En 1886, al echar una mirada sin embargo sombría sobre su Argentina, Sarmiento..." comienza un prólogo. Un feliz detalle es que su autor no escribe "la Argentina" o simplemente "Argentina". Mejor es lo que sigue. La mirada de Sarmiento es un fuerte elogio: en ningún país de la America española se hizo tanto: "(...) Escuelas, colegios, universidades, códigos, letras, legislación, ferrocarriles, telégrafos (...), todo en treinta años". Nada hay en esta mirada radiante que merzca ser corregida como "sin embargo sombría". Como en algunos Poe o Borges, la respuesta está al final del largo prólogo que se volvió libro independiente. Pero para entonces uno ya habrá sentido, gracias al autor del ensayo, lo que Sarmiento sentía y puso en arrolladoras palabras. Y el prologuista jugó con la intriga.
La ficción permite explicitar la subjetividad sin que choque a una mayoría, pero esa devoción a elegir supuestas verdades de a una es rasgo occidental. Odiseo habla de sirenas y cíclopes, no Homero. Éste puso palabras en su boca, ficción tolerada entonces y aceptada si es de entonces, como las palabras puestas en boca de Buda, Moisés, Jesús o Sócrates. San Juan y Platón pudieron ser varios; también Samuel Johnson aunque antes Montaigne ya dudara.
Si al profesional no le está permitido ser más que su oficio cuando escribe, deberá ser también otros, como quiso ser varios Pessoa.
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ResponderEliminarMiguel, comenta que la critica contribuye a mis nuevos crimenes literarios (y de paso me da la excusa para hablar de algo que no sea economia...)
ResponderEliminar¡Se olvidaron de Cachanosky!
ResponderEliminarPor cierto, para el amigo Sguiglia, Sábato todavía ES y no es matemático sino físico.
Ensayo y ficción, negocio y ocio, son abusivas dicotomías de los clasificadores en anaqueles. Que la distinción de lo persuasivo de lo convincente lo haga el auto es una comodidad del lector, que revela credulidad.
ResponderEliminarCito. "En 1886, al echar una mirada sin embargo sombría sobre su Argentina, Sarmiento..." comienza un prólogo.
Un feliz detalle es que su autor no escribe "la Argentina" o simplemente "Argentina".
Mejor es lo que sigue. La mirada de Sarmiento es un fuerte elogio: en ningún país de la America española se hizo tanto: "(...) Escuelas, colegios, universidades, códigos, letras, legislación, ferrocarriles, telégrafos (...), todo en treinta años". Nada hay en esta mirada radiante que merzca ser corregida como "sin embargo sombría".
Como en algunos Poe o Borges, la respuesta está al final del largo prólogo que se volvió libro independiente. Pero para entonces uno ya habrá sentido, gracias al autor del ensayo, lo que Sarmiento sentía y puso en arrolladoras palabras. Y el prologuista jugó con la intriga.
La ficción permite explicitar la subjetividad sin que choque a una mayoría, pero esa devoción a elegir supuestas verdades de a una es rasgo occidental. Odiseo habla de sirenas y cíclopes, no Homero. Éste puso palabras en su boca, ficción tolerada entonces y aceptada si es de entonces, como las palabras puestas en boca de Buda, Moisés, Jesús o Sócrates. San Juan y Platón pudieron ser varios; también Samuel Johnson aunque antes Montaigne ya dudara.
Si al profesional no le está permitido ser más que su oficio cuando escribe, deberá ser también otros, como quiso ser varios Pessoa.